Cuando se convocan elecciones todo se acelera. Es lógico. Los partidos políticos aumentan su potencia de tiro y el discurso público se tensa. Hace mucho tiempo que la política discurre en un cuadrilátero. La violencia verbal genera más violencia verbal. Es un bucle vicioso y, probablemente, nadie se siente causa de una devaluación brutal de la vida pública. Por supuesto, estas líneas no conceden atenuante alguno a quien suscribe. El panorama trasciende a todos y, probablemente, la solución está en las aulas, en los colegios, en las futuras generaciones y en una catarsis que, sinceramente, no ha llegado con las formaciones políticas nuevas. Wittgenstein dijo aquello de que los límites del lenguaje eran los límites de nuestro mundo. Consecuentemente cada palabra hiriente, cada falacia, cada despropósito va dibujando un horizonte equivalente. Cada argucia, cada sofisma, cada proclama populista o demagógica contribuye a construir un imaginario colectivo de catadura idéntica. Sucede en todos los ámbitos de la sociedad pero en la política todo se magnifica más. Lamentablemente, los nuevos partidos no han logrado renovar el lenguaje ni los diferentes registros del mismo. Como quiera que vivimos en una suerte de escenario virtual, en un show de Truman permanente y on line, va moldeándose un mundo de certezas todavía más frívolas. Por eso y ante la víspera electoral y, sobre todo, la postelectoral, quizá interese reflexionar sobre el lenguaje y el estilo de todos antes de empezar.

El último proceso --fallido-- nos muestra con extrema dureza nuestra insolvencia para dialogar, consensuar, acordar y pactar. Se trata de las herramientas más genuinas para construir una democracia plural. Por lo tanto, no sería aventurado afirmar que los partidos deberíamos invertir en ciertos modales y formas democráticas de convivencia. Por supuesto, debe fluir la crítica y la confrontación ideológica enriquecedora, los matices, las diferencias, los distintos acentos. Incluso la vehemencia en las exposiciones. Pero, si pasado mañana vamos a tener que hablar y acordar entre diferentes partidos... ¿Necesitamos una nueva campaña de insultos y necedades? Creo que esta bipolaridad ha contribuido a distanciarnos del mundo y de las percepciones que la gente tiene de los partidos. No creo que en el resto de la sociedad habiten valores mucho mejores, pero sucede que lo que acontece en política acaba siendo tan sonoro, tan estridente… Así que tal vez no estaría mal atender una reflexión --urgente-- que nos permita evitar nuevos episodios como los vividos o, mejor dicho, sufridos recientemente. La política no se lo merece. La sociedad tampoco. H

*S. autonómico de Turismo