Sin duda, uno de los signos más visibles de las urbes medievales eran sus murallas. Lienzos, torres y puertas significaban no solo un límite material sino también un hito político, jurídico y espiritual. Porque ellas, junto a su condición de elemento defensivo, marcaban el dentro y el fuera de un mundo de libertades en el que se hacía cierto el conocido principio de que “el aire de la ciudad hace libre a sus gentes”.

Y de la importancia que tenían hablan los documentos. Como uno fechado en Castellón en octubre de 1404 en el que se dijo que los “bons regidors no deuen haver més cura de altres coses que de tenir en condret e de fer, reparar e adobar los murs e valls, com per aquells en cars de necessitat les persones e bens son restaurats e guardats”.

Pero pasó el tiempo y aquí, como en tantos sitios, hace siglos que las murallas fueron abatidas por exigencias del desarrollo urbano. Sin embargo, de vez en cuando, aparecen restos de algo que en su día constituyó un elemento esencial del paisaje urbano de la villa. Conservar o no esos testimonios dependerá de su importancia y entidad arqueológica. Pero cabría no perder de vista que cada vez que del subsuelo emerge un trozo de muralla, aflora un elemento esencial para la comprensión del pasado. Un pasado que, por estas fechas, es evocado con devoción festiva. H

*Historiadora.