La opinión del diario se expresa solo en los editoriales.

Los artículos exponen posturas personales.

Estaba cantado: tras asumir que su previsión de crecimiento para este año era muy optimista, el Gobierno ha revisado la expectativa de reducción del déficit público en pos de lo que Bruselas llama “consolidación fiscal”, es decir, la nivelación de los ingresos y los gastos. Con toda probabilidad, la rectificación anunciada ayer por el ministro Luis de Guindos --un déficit del 3,6% en lugar del 2,8%-- está consensuada con las autoridades comunitarias. España logra un año extra. Pero el balón de oxígeno no será gratis: el control de las finanzas españolas por parte de Bruselas será mayor, al igual que las presiones para acometer cambios que pueden afectar a unos pilares del Estado del bienestar ya debilitados. La Unión Europea ha dicho con claridad que España no ha aprovechado los beneficios del crecimiento del PIB y de los bajos tipos de interés para la reducción del déficit, y en voz baja ha criticado el electoralismo del Gobierno por haber rebajado los impuestos. En puertas de otra campaña electoral, parece difícil que el PP se sustraiga a la tentación de explicar de nuevo que el ciclo económico pujante iniciado arreglará por sí solo buena parte de esos problemas. Este acto de fe y la vergonzosa centrifugación del déficit hacia las autonomías son las pobres respuestas de un Gobierno agotado.