Una de las principales preocupaciones de las personas que estamos en la vida pública tendría que ser cambiar la percepción que tiene la ciudadanía sobre la política y los políticos.

El barómetro del CIS del pasado mes de julio colocaba a la clase política como uno de los cinco problemas más importantes para los españoles. El 38,1% de la población situaba a «la política en general, los partidos políticos y la política» como una de sus principales preocupaciones. Tan alto nivel de rechazo, solo es comparable al que en distintos momentos de la vida nacional han tenido el paro, el terrorismo, la crisis económica o la corrupción.

Estas cifras nos deberían mover a la reflexión. Habría que cambiar una política que es sinónimo de confrontación, enfrentamiento, descalificación, insulto y falta de respeto, por otra que, desde la discrepancia, la diferencia ideológica y el disenso, buscara la colaboración, el acuerdo y la solución de los verdaderos problemas de los ciudadanos y ciudadanas. No nos queremos dar cuenta pero la gente está harta de la descalificación y el «y tu más».

Llevo pocos meses como presidente de la Diputación y el clima entre las distintas fuerzas políticas que la integran es bastante bueno. En cada pleno llevamos adelante dos o tres declaraciones institucionales, los presupuestos se han aprobado sin ningún voto en contra, el diálogo entre los portavoces respectivos es fluido y a nivel personal este presidente no tiene ningún problema en tomar una caña o charlar amigablemente con cualquier miembro de la corporación. Pues bien, siendo el ambiente general positivo, en notas de prensa o artículos de opinión en este corto espacio de tiempo se me ha tildado de «tramposo, caradura, gandul, sectario, de actuar con doble moral» y otras lindezas.

Y ya sé que se dirá que cuando nosotros estábamos en la oposición también lo hacíamos y que ya se sabe: «son cosas de la política» o «la política es así». Si lo hacíamos o lo hacemos, mal hecho, hay que cambiar el insulto por la argumentación y la descalificación por el razonamiento; pero es la segunda de las razones la que más me preocupa y la que debía ser objeto de nuestra atención: «son cosas de la política» o «la política es así».

De nuevo Kant viene a refutar esa argumentación. Las cosas no son como son, son tal y como las hemos hecho, viene a decir con tino el filósofo de Könisberg. La política no es así, la política la hacemos así. Es una construcción humana, obra nuestra y está en nuestras manos cambiar su signo. No es natural, es artificial. Resultado del arte humano, somos sus artífices y en consecuencia y afortunadamente la podemos cambiar.

El día a día nos obnubila y perdemos perspectiva. Hace falta levantar la vista y mirar al horizonte. El respeto al otro y a las instituciones es esencial. Sobre el respeto y las formas se levanta esta gran obra civilizatoria que el ser humano no sin esfuerzo y mucho sufrimiento ha levantado y que se llama democracia o estado social y democrático de derecho. Conviene no perderlo de vista. Y esto no empiece que con argumentos, reflexionando y razonando se lleve a cabo una crítica política dura, convincente y necesaria, porque necesaria es la oposición y su labor de control y fiscalización del poder. Si bajáramos los niveles de crispación y de descalificación, seguramente ganaríamos en los niveles de aceptación de la ciudadanía, sería más fácil aceptar la derrota o el triunfo del adversario, constituir gobierno y dar respuesta a los auténticos problemas de la ciudadanía, que no son pocos y no esperan.

*Presidente de la Diputación de Castellón