Me enteré tarde. Era 6 de enero, día de Reyes. La sobremesa, solo de familia, y en el número establecido, se hizo un poco más larga. Después, montar algún juguete, que no es tarea fácil, divertirse con el nieto, disfrutar con los regalos; total, que no vi la tele, ni revisé el WhatsApp. Al final de la tarde me acerqué al bar del pueblo por ver si el Barça le ganaba al Athletic Club, el dueño del bar me hizo un comentario, le dije que no sabía nada, me pasó unas imágenes, y me quedé consternado. ¡Increíble!

El Capitolio, el poder legislativo, el parlamento de la democracia más antigua del mundo, tomado por una turba de facinerosos que, para más inri, eran espoleados por el mismísimo presidente de EEUU, que después de perder las elecciones, no aceptaba los resultados. ¡Inaudito! Los Padres Fundadores sentirían vergüenza, Lincoln se removería en su tumba y el francés Alexis de Tockeville , autor de La Democracia en América , sentiría una gran decepción al ver mancillados los principios liberales de la democracia americana que tanto ponderó en su magnífico tratado de teoría política.

¿Cómo ha sido posible? ¿Qué ha pasado para que el templo de la democracia, la sede de la soberanía popular y la legalidad constitucional haya sido hollado de esa manera? La respuesta es fácil, un análisis detallado llevaría más tiempo, pero hemos de ser conscientes de que un virus tan pernicioso o más que el covid recorre el planeta: el virus del populismo. El primero es somático, afecta a los cuerpos, el segundo es ideológico y hiere las almas, las llena de odio y desprecio al otro. Para el primero, al parecer, ya tenemos la vacuna, para el segundo la encontramos hace tiempo.

Nosotros aquí también estamos infectados. «Parece que estos meses, después de la esperanza de la transición y del consenso de la democracia, parto difícil y generoso, lleno de olvidos intencionados y de sueños posibles con la Constitución en la mano, volvemos al terrible sino de nuestra peor tradición cainita, destructiva, egoísta, llena de vividores, de tránsfugas del honor y de la dignidad, de fabuladores y de conspiradores». No es, aunque lo parezca, un texto actual. Su autor es Gregorio Peces Barba , uno de los padres de la Constitución Española de 1978 y tiene más de 25 años. Como el mismo Peces Barba dice en su artículo, necesitamos «mitezza», un término italiano que significa ductilidad, suavidad, sosiego, flexibilidad y explica que hacen falta personas que mantengan la mesura, la compostura y la disponibilidad. «Necesitamos hombres tranquilos para afrontar la vorágine y para sosegar el ambiente en las relaciones sociales y políticas».

No cabe sembrar odio en las redes sociales, ni insultar en el Congreso, ni denigrar al adversario político, ni deslegitimar en las portadas de los periódicos ymedios de comunicación. Y no cabe, tampoco, convocar referéndumes ilegales, incumplir la ley, llamar a la insurrección, despreciar al jefe del Estado. Seamos capaces de detectar lo que de trumpismo hay en nosotros.

Ojalá los sucesos del pasado 6 de enero sirvieran para aprender la lección y escarmentar en cabeza ajena. Ojalá sirvieran para inocularnos una nueva dosis de una vacuna, que afortunadamente ya se inventó hace tiempo. La vacuna de la democracia liberal-representativa, del Estado social y democrático de derecho, del respeto a las instituciones y del cumplimiento de la legalidad, aunque no siempre nos guste y luchemos por mejorarla y transformarla. Kant , los ilustrados, la modernidad, para nuestra suerte, ya hace tiempo que encontraron el principio activo de esa vacuna: se llama respeto a la dignidad del otro y la ley. La Constitución institucionaliza ese respeto. Saltársela es populismo y, se admita o no, una u otra forma de trumpismo. H

*Presidente de la Diputación