Hoy, VI Domingo de Pascua, la Iglesia celebra la Pascua del Enfermo. El Señor Resucitado nos llama a atender a los enfermos, pero también a responder a los desafíos actuales de la salud. El Papa Francisco alerta sobre las consecuencias para la salud, generadas por las agresiones al medio ambiente, la falta de una ética ecológica integral, en cuyo centro debe estar la persona, y la falta de atención a los riesgos medioambientales. Consecuencias que se convierten en enfermedades y sufrimiento, especialmente para los más pobres.

Hemos de redoblar nuestro compromiso con el cuidado de la creación, con el medioambiente y con la dignidad de la persona humana. El dolor y la enfermedad, sin embargo, formarán siempre parte del misterio del hombre en la tierra; son propios de nuestra condición humana, finita y limitada. Es justo luchar contra la enfermedad, porque la salud es un don de Dios. Es obligado trabajar contra la degradación medioambiental, provocada por el ser humano, y causa de muchas enfermedades. Pero es muy importante también saber ver el plan de Dios cuando el sufrimiento y la enfermedad llaman a nuestra puerta. Y es propio del cristiano dirigirse a Dios en la enfermedad para pedirle la salud del cuerpo y del espíritu, y no dejar nunca de esperar en la vida eterna, inmortal y gloriosa, cuyo camino ha abierto Jesús con su muerte y resurrección, y que ha prometido a los que creen y confían en él.

La clave para leer nuestra propia existencia es la cruz y la resurrección del Señor. Jesús, el hijo de Dios, acogió nuestra finitud y debilidad humanas, asumiéndolas sobre sí en el misterio de la cruz y haciendo de ellas camino de resurrección. Desde entonces, el sufrimiento tiene una posibilidad de sentido y la cruz brilla como suprema manifestación del amor que Dios siente por nosotros y nunca nos abandona.

*Obispo de Segorbe-Castellón