Estamos viendo cómo la vida se abre paso; cómo, poco a poco, estamos recuperando esferas que son individuales y que creíamos que quedaban fuera de la esfera de lo público. Elementos arraigados, como la movilidad y la comunicación entre las personas, se han visto sacudidos y nos damos cuenta de que, sin una protección colectiva, el individuo no puede responder a todos los retos que nos plantea la supervivencia.

Nos hemos visto obligados a responder de manera conjunta. Solo con el individuo puesto al servicio del colectivo hemos encontrado la puerta de salida.

Por otro lado, las macrocifras nos llevan a otra conclusión. En Europa vemos, con carácter general, que el sur se empobrece y el norte avanza. Nos revelamos, como país, contra esa situación, y pedimos que la solidaridad entre territorios tenga la misma fuerza que la solidaridad entre personas, diciendo, incluso, que si no se da esa respuesta nos jugamos la propia realidad europea.

La crisis del coronavirus ha hecho desaparecer, de nuestro argumentario diario, un tema recurrente como era hablar sobre la España de interior y la España vaciada. Ahora hablamos más de la España contagiada y de la España libre de virus. Planteamos la hoja de desescalada en base a esos parámetros y buscamos objetivar datos y las fases para poco a poco recuperar la normalidad.

PERO ME PLANTEO, ¿qué normalidad? La normalidad de la España de interior era una normalidad de desalojo, de falta de servicios, de falta de solidaridad con una parte del territorio. El interior, por estar vacío, está sano. Qué paradoja más relevante, hacemos de nuestra debilidad como colectivo, del aislamiento, un valor. Resulta que donde adaptarse a la vida es más difícil, vemos que, al final, es más fácil vivir.

Es una enseñanza, que creo que debemos racionalizar, interiorizar y colectivizar. Es decir, «mutualizar», en este caso no la deuda, sino el territorio. Debemos apostar, como colectivo, por algo que se ha demostrado que funciona. Vivir rodeado de valores que hoy han pasado a ser esenciales, naturaleza, salud y, en suma, calidad de vida. Debemos ser capaces de permitir que los individuos puedan decidir vivir de forma más saludable optando por entornos seguros y sanos. Es el momento de que las formas de vida cambien y que lo excepcional pase a ser el objetivo. Para ello, todo lo que se hablaba hace apenas cinco meses no debe caer en el olvido. Si algo nos ha enseñado esta pandemia es que esa forma de vida, la que se genera alrededor de la España rural, es la forma mejor de relacionarnos con nuestro entorno. En definitiva, es la forma de vida que más nos protege.

Es el momento de hacer preguntas, todas, y es el momento, también, de pensar muy bien las respuestas. Vienen cambios sociales que ya han modificado nuestra forma de relacionarnos. El interior de nuestra comunidad se enfrenta a un reto como nunca antes en nuestra reciente historia, así, o renace o desa-parece, ya que, la España de interior es, lo que el sur es para nuestros socios europeos.

Pienso en el avaro de Molière, en su casa sólo había luz donde él estaba y cuando se iba se llevaba la vela y el resto se quedaba a oscuras.

*Presidente del Foro de Municipios de interior de la FVMP