El relevo en la presidencia de Argentina previsto para mañana se realizará en un clima más inclinado al pesimismo que a la esperanza. La herencia de Mauricio Macri es poco menos que una economía en ruinas. El programa de rearme social con el que el ticket peronista Alberto Fernández-Cristina Fernández ganó las elecciones está por ver si es de aplicación inmediata o deberá pasar por las exigencias del Fondo Monetario Internacional, que concedió a Macri un crédito de 50.000 millones de dólares condicionado a la contención del gasto y al cumplimiento del calendario de amortización de deuda.

El regreso del peronismo se produce en medio del recuerdo histórico de los mejores años del tándem Ernesto Kirchner-Cristina Fernández, de la confianza de parte de la calle en que el compromiso social prevalezca frente a los mercados. Pero también con la referencia del lado oscuro de la última presidencia de Cristina Fernández, de las causas judiciales que se siguen contra ella y del efecto que los tribunales pueden tener en la cohesión del Gobierno, tentada como puede estar la nueva vicepresidenta en convertir el cargo en un perímetro de seguridad que la proteja de los jueces como en su etapa anterior le fue de utilidad la jefatura del Estado. Nada es original en el previsible reparto de papeles entre un presidente gestor y una vicepresidenta movilizadora, de perfil populista. Forma parte de la tradición peronista. El riesgo es que empeoren las cosas, se agraven la fuga de capitales y la degradación de la economía, y se agudice la fractura social que cada cierto tiempo ensombrece el futuro del país.