Hace unos días recorté un artículo con un título sugestivo: Analfabetos digitales. Me había de interesar, claro, porque yo soy un analfabeto digital absoluto. Empiezo por no tener ordenador y, como es lógico, no dispongo de ninguno de los recursos que ofrece la digitalización y, en general, de todos los recursos que la acompañan. Aficionado a las etimologías como soy, he buscado qué información me proporcionaba el diccionario sobre digital. La más clara y previsible es que «digital hace referencia a un dedo o unos dedos». Podría decirse, pues, que escribiendo con mi vieja Olivetti estoy practicando un ejercicio digital, y francamente intenso porque mis dedos no paran de moverse para pulsar una tecla tras otra cuando escribo un artículo o la página de un libro.

No es que me preocupe mucho ser calificado de analfabeto en el campo de la tecnología, de la física, de la economía, de la mayoría de ciencias que en este momento están revolucionando el proceso evolutivo de la Humanidad. Todos tenemos nuestros ámbitos de conocimiento y de progreso. Y lo más sensato es aceptar estas limitaciones y si nos vemos capaces explorarlas hasta el máximo de nuestras capacidades.

Tengo perfecta conciencia de que he llegado a la edad que tengo acumulando varios analfabetismos. A lo largo de las generaciones siempre hubo procesos de desconexión entre jóvenes y viejos. Quizá lo más importante es no desconectarse de uno mismo, pero eso ya no depende siempre de la propia voluntad. El autor afirma que hay una evolución imparable en nuestra sociedad. Los cambios son rápidos, exponenciales. ¿En qué momento el mundo digital -el uso de los dedos- será tan anacrónico como mi máquina que teclea? ¿En el futuro lejano, las herramientas de trabajo serán unos ojos prodigiosamente evolucionados? H

*Escritor