A lo largo de la historia, que una gran potencia deje plantados a sus aliados locales en un conflicto regional cuando cambian las tornas, prioridades, intereses o alianzas es un movimiento que tiene tantos precedentes como se quieran buscar. Pero el presidente Donald Trump ha elevado en solo 48 horas esta práctica a un nivel de absurdo difícilmente superable. El lunes, Trump lanzó todas las señales necesarias para que se interpretase que daba luz verde a Turquía para una inminente invasión de la región controlada por las milicias kurdas en el norte de Siria. Tras una conversación con Erdogan, Trump le garantizó que las fuerzas de EEUU se mantendrían al margen y al día siguiente estas se retiraron de varios puestos. A la alarma generada entre senadores republicanos y demócratas y su propia Administración ante el cambio de política que suponía traicionar a los mejores colaboradores de EEUU en la lucha contra el ISIS, Trump ha reaccionado impulsivamente calificando a los kurdos de «maravillosos luchadores» que reciben el apoyo de EEUU y amenazando a Turquía con «arrasar» su economía si iba más allá de lo debido. Requerir el apoyo de un colaborador necesario sobre el terreno y de un aliado de largo recorrido tentado de coquetear con Rusia, ambos enfrentados, fue una contradicción con la que ya tuvo que lidiar Obama. Pero nunca con la torpeza demostrada por Trump. Es tentador destacar lo grotesco de algunos de sus movimientos. Que en uno de sus tuits se haya vanagloriado de su «gran e inigualable sabiduría» sería cómico si no fuese trágico saber que la seguridad del mundo está en tales manos.