Querido lector/a, he visto por la tele que J. Fernández, el presidente de Asturias y de la gestora del PSOE, ante una pregunta sobre las primarias dijo que la democracia directa no estaba en la cultura del PSOE. La respuesta no me extrañó. Días antes Bono decía lo mismo y, añadía, que el papel de los afiliados, en caso de ser contrarios a la decisión tomada, era cambiar a quienes la habían decidido. De todas formas, esas opiniones sobre la democracia directa me dejaron perplejo porque no responde a la realidad del momento, ni a la historia, ni al carácter evolutivo de los partidos, ni a la dimensión de la circunstancia, ni a la necesaria orientación de futuro.

Me explico: no responde a la realidad del momento porque no hace mucho elegimos en primarias a Borrell, X. Puig y P. Sánchez. No responde a la historia porque el PSOE tiene tradición de primarias desde 1879 hasta agosto de 1938, cuando en Guerra Civil se eligieron las vacantes de la C.E. mediante escrutinio de los afiliados que estaban en las zonas de la II Republica (práctica que se extendía a cargos institucionales y orgánicos y que fue paralizada en la Transición para, según se dijo, evitar disfunciones y ofrecer respuestas únicas y seguras. No responde al carácter vivo del partido que se caracteriza por, sin perder los principios, adecuarse a las nuevas realidades sociales y hacer más posible su consecución. No responde a la dimensión del asunto porque la trascendencia de las decisiones a adoptar reclama implicación y compromiso colectivo. No responde a la orientación adecuada porque el futuro exige que toda democracia incluya más participación.

Querido lector/a, este artículo no busca decir que hay buenos y malos. ¡No! No sería cierto ni justo. La política es un quehacer difícil, complejo e inexacto en el que caben opiniones. Lo hago para señalar que un partido político no es una religión con dioses y dogmas incuestionables. H

*Experto en extranjería