Cuentan que cinco minutos antes de que explotara el mundo, se escuchó a un experto afirmar que eso era «técnicamente imposible». Todavía contamos los pedazos.

El significado de esto podría ser la cuestionable opinión de algunos cuyo halo científico les ubica más allá del bien y del mal. Siempre se dijo que doctores tiene la iglesia pero, a veces, asoma indisimulable el borrón de todo escribano.

Llevamos demasiado tiempo encajando un golpe carente de toda lógica. Es cierto que la lógica en tiempos de pandemia puede haber mutado de sentido, fondo y forma para el común de los mortales. Pero no es menos cierto que algunos fundamentos no debieran perderse por el camino. Tal es el caso del rigor y el anhelo de justicia.

Viajar no es el problema. El problema es hacerlo si estás enfermo, contagiado, con o sin síntomas. El problema es no saberlo. El problema es ignorarlo. El problema es no testar. El problema no es entrar o salir. El problema es entrar tocado y/o salir tocado. El problema no es hacer turismo ni comer en restaurantes.

El problema no son los espacios propios de un destino turístico: hoteles, viviendas, cámpings, pubs, salas de conciertos, oferta cultural, oferta complementaria, deportiva, etc. No son espacios tóxicos ni malditos porque podemos afirmar, con la mayor de las certezas humanas, que son espacios mejores que los propios que abandonamos para hacer turismo. En cambio, parece que nos esforzamos en demostrar que son espacios proscritos.

No resulta aventurado afirmar que un verdadero destino turístico bien organizado presenta hoy toda suerte de protocolos de seguridad para minimizar al máximo cualquier riesgo. Todos los subsectores del turismo dieron un paso al frente para que sea así. Sin ánimo de establecer comparaciones, ¿acaso son más seguros los centros comerciales, supermercados y otros escenarios que suelen reventar costuras? Lugares incuestionados mientras focalizamos los yacimientos de brotes en el ocio nocturno. Pues dependerá. El virus no duerme de día y el ocio, sea diurno, vespertino o noctámbulo, si preserva su propio nuevo orden autoimpuesto, tal vez sea tan razonablemente seguro como otras actividades sobre las que no hemos depositado lupa alguna.

Sin duda, no existen santuarios libres de todo pecado ni riesgo. Ni una sala de hospital podría arrojar la primera piedra. Pero, necesitamos convivir con este maldito virus o acabaremos perdiendo otro tipo de salud cuya delicadeza debe preocuparnos. La ruina. La ruina en forma de mortalidad empresarial. Si desenfocamos más de la cuenta caerán sin remedio proyectos forjados con mucho esfuerzo, talento e ilusión. Tras ellos, personas, familias, vidas.

No, viajar no es el problema. Ni los locales, ni los conciertos, ni el check-in en un hotel. El problema es no hacer las cosas como sabemos que hay que hacerlas. Y el mayor de los problemas sería que generásemos agravios comparativos sin fundamento ni rigor alguno. Eso no sería solo un problema, sería una injusticia. H

*Secretario autonómico de Turismo