De las experiencias siempre se suelen extraer conclusiones, aunque, a veces, el ser humano tiene la capacidad de olvidar. En la mitología griega se habla de una fuente -la fuente de Leteo o el río-, cuyas aguas, al ser bebidas, provocaban el olvido, requisito este para pasar a la siguiente vida. La otra cara de la moneda era otro río, el Mnemosine, que producía el recuerdo. Olvido y memoria son parte de lo mismo.

Parece que estamos llegando al final de una de las experiencias más trágicas del mundo contemporáneo: el tristemente célebre coronavirus, un ser microscópico de inimaginables consecuencias. Poco a poco beberemos del olvido, pero no tanto como para no recordar su paso. ¿Y después…? Después deberemos beber en el río de Mnemosine para recordar y analizar nuestro comportamiento. Reflexionar, en suma, sobre el luctuoso hecho.

En el proceso habremos visto actitudes diversas: altruistas, insolidarias, heroicas, etc. Y, algunas, preocupantes. Una de ellas es el trato a los fallecidos y a los viejos. En el primer caso, ha sido lamentable la falta de acompañamiento a los moribundos, morir en la soledad sin la presencia de un familiar querido junto al lecho.

Esperemos que esta obligada reclusión por la crisis del covid-19 sirva para reflexionar y construir un mundo más humanizado, como decían aquellos versos del poeta Mario Benedetti: Cuando la tormenta pase/te pido, Dios, apenado,/que nos devuelvas mejores,/como nos habías soñado.

*Profesor