Las ciudades chinas se hunden sin freno. Se hunden en buena parte del globo, pero en ningún país tan rápida ni extensamente como en China. El tránsito de los arrozales al cemento plantea retos mayúsculos de sostenibilidad y medioambiente que las urgencias no ayudan a resolver.

La prensa local alertó recientemente de que en Chengdu, capital de Sichuán, la tierra sobre las obras del metro cae a razón de un centímetro anual. Es la última de las grandes ciudades aquejadas de subsidencia o hundimiento del terreno. Son ya 46, según datos oficiales. La razón principal es el uso de los acuíferos del subsuelo para cubrir las necesidades de poblaciones crecientes, sumado al enorme peso asentado en la superficie por la urbanización.

Los mayores desvelos alcanzan a Pekín y Shanghái, capital política y financiera respectivamente, que no solo acogen a decenas de millones de habitantes sino también incontables rascacielos e infraestructuras sensibles. La seguridad ciudadana está en riesgo, según los expertos. La subsidencia facilita las inundaciones.

Varios distritos pequineses caen unos 11 centímetros anuales. Chaoyang, el corazón financiero, es el más afectado. Pekín es la 5ª ciudad del mundo con problemas serios de abastecimiento de agua. Consume 3.500 millones de litros anuales para uso doméstico, industrial y agrícola, y dos tercios salen del subsuelo.