Mientras crecen los números de muertos y contagiados por coronavirus, los brasileños observan perplejos y enfadados cómo el presidente Jair Bolsonaro riñe públicamente a su ministro de Saniad, Luiz Henrique Mandetta, por defender las medidas de aislamiento social. El gigante sudamericano se prepara para superar la barrera de los 300 decesos y las 8.000 infecciones en un contexto de inocultable adversidad.

El Centro de Desarrollo y Planificación Regional y la Universidad Federal de Minas Gerais ya advirtió que Brasil carecerá de camas en sus hospitales incluso en el escenario más optimista. Los investigadores sostienen que si el 0,1% de la población contrajera el virus en un mes, habría problemas para atenderlos en el 44% de los municipios. El principal laboratorio de Sao Paulo, el estado más golpeado por la pandemia, debe analizar 16.000 exámenes a diario pero solo tiene una capacidad para hacer 1.200. Varios cementerios paulistas reciben a diario entre 30 y 40 cuerpos de posibles víctimas de covid-19.

En este contexto ha irrumpido la embestida de Bolsonaro contra Mandetta. El presidente está molesto por el protagonismo del ministro y le dijo que «carece de humildad» y que «quiere hacer su voluntad». Por eso le pidió «escuchar más al presidente». Bolsonaro se opone a las medidas de cuarentena que llevan adelante los gobernadores y que cuentan con el respaldo implícito de Mandetta. «Los que tienen un mandato hablan y los que no, como yo, trabajan», le respondió el ministro a Bolsonaro.

Los medios locales dicen que Mandetta ya no quiere formar parte del Gobierno de ultraderecha. Según O Globo, la abogada Marina Mandetta, hija del titular de Sanidad, no oculta en las redes sociales la «falta de empatía» entre su padre y Bolsonaro. Más allá de los deseos de dimisión, Mandetta ha empezado a recibir fuertes respaldos políticos.