Poco antes de las ocho de la mañana, Miguel Ángel, un agente de los Mossos d’Esquadra, se presentó por sorpresa en la casa de su exnovia en Sant Feliu de Llobregat (Barcelona). Cristina estaría dando el desayuno a su hija de 8 años y a su sobrina, tres años mayor. Su hermana, que vive en la casa contigua de este céntrico inmueble de dos viviendas, le había dejado como cada día el encargo de llevar a las dos pequeñas al colegio de Mare de Déu de la Mercè, situado justo al lado.

El policía se negaba a aceptar que aquella ya no era su casa y que Cristina ya no era su mujer. Llevaban saliendo más de un año. Pero todo terminó en Semana Santa. Más o menos también por entonces, cogió la baja laboral por una depresión. Ella nunca denunció malos tratos y él no tenía ningún antecedente. Estas últimas semanas, según cuenta el entorno cercano de la chica, comenzó a atosigarla con llamadas porque quería recuperarla.

El mosso, antes de disparar contra su exnovia y pegarse el último tiro en la cabeza, había sacado a las dos niñas al balcón.

Cristina era conocida en la ciudad. Sus padres, antiguos dueños de una zapatería, hacía mucho tiempo que compraron un bar justo al lado del ayuntamiento. Hace cinco años, le traspasaron el local a su hija, pero las cosas no fueron bien y lo vendió. H