Dice mucho y nada bueno del sistema de justicia de Estados Unidos que una cadena perpetua se sienta como un alivio para alguien que se declara inocente, pero cuando la alternativa es la inyección letal es difícil no verlo como tal. Ayer, en un juzgado de Fort Lauderdale (Florida), siete mujeres y cinco hombres de un jurado popular liberaron al español-estadounidense Pablo Ibar del yugo del corredor de la muerte, donde ya pasó 16 de los 25 años que lleva encarcelado. Cuatro meses después de volver a condenar a Ibar por un triple asesinato en 1994 que él siempre ha asegurado que no cometió, el jurado ha optado por condenarle a pasar la vida en prisión.

La sentencia cierra efectivamente el caso como uno de pena de muerte e Ibar. La defensa había anunciado de antemano que apelaría cualquier sentencia y buscará que se repita el juicio.