Igualada, Ódena, Vilanova del Camí y Santa Margarita de Montbuy se despertaron en la primera jornada de la clausura de la cuenca de Ódena a causa del coronavirus bajo un cielo plomizo y con el silencio habitual de los domingos.

Pero que tampoco nadie se imagine una ciudad desierta; las calles iban cobrando vida, aunque las caras de conductores y transeúntes fuesen las de la resignación ante una medida tan inédita como esperada.

Los trabajadores vivieron las horas iniciales del encierro con desconcierto por si abrirían o no sus empresas en la zona cero. Como apuntaba uno de los vecinos, muchos están convencidos de que este encierro no solo ha de servir para no propagar el coronavirus, sino que también ha de convertirse en un futuro escudo frente a la enfermedad.