Al guionista y showrunner Damon Lindelof le gustan los problemas. Solo así se entiende que, tras aguantar la agitada respuesta al final de Perdidos, se metiera en otro proyecto de contenido teológico como The leftovers. Y que más tarde aceptara un proyecto al que es más fácil negarse en rotundo: crear una serie a partir de una obra sagrada del cómic moderno, Watchmen, sin la aprobación de su creador, Alan Moore.

Moore salió del redil de DC en 1989 por varias disputas, entre ellas la poca transparencia de la editorial a la hora de retener los derechos de Watchmen. Ha renegado de todas las explotaciones posteriores de su cocreación. De la serie, por supuesto, tampoco ha querido saber nada; solo el dibujante Dave Gibbons aparece en los créditos, como cocreador del original y productor consultor.

¿Cómo ha superado Lindelof, fan declarado de Moore, el desafío de HBO? Pues haciendo una serie que, aunque ambientada en el mundo Watchmen, cuenta una historia totalmente nueva. Las alusiones al original son escasas y se dosifican con cuentagotas. Son muy pocos los viejos personajes de vuelta. La acción se sitúa 34 años después de lo acontecido en el cómic, pero no se sobreexplica lo que pasó, ni se deletrean las bases conceptuales de unos Estados Unidos imaginarios donde ha habido un par de generaciones de polémicos justicieros enmascarados. La serie más ambiciosa en lo que queda de año.