La controversia ha perseguido a Fidel Castro hasta el último aliento. ¿Quiso ser un reformador social que se vio obligado a abrazar la ortodoxia comunista para vencer a sus adversarios? ¿Fue un nacionalista llevado a otros terrenos por la fuerza de los hechos? ¿Fue acaso un maestro del regate que sobrevivió a todos sus enemigos porque renunció a todos los principios? ¿Fue el líder carismático empujado por los acontecimientos a cumplir una misión más allá de sus propias convicciones? El escritor, político y diplomático cubano Alejo Carpentier dijo de Castro que estaba obligado siempre «a fijar el rumbo de la revolución»; su hija Alina afirmó en cierta ocasión que «fue un revolucionario y ahora es un dictador»; el periodista e historiador estadounidense David Talbot lo llama «voluble líder cubano» en el libro La conspiración, dedicado a los hermanos John y Robert Kennedy.

LOS PRIMEROS PASOS

De San Ignacio a la

agitación en las aulas

La abundantísima bibliografía dedicada al personaje -con frecuencia hagiográfica, no en menos ocasiones demagógica o panfletaria y casi siempre apasionada- no hace más que resaltar los rasgos de una figura esculpida con los perfiles del mito, las servidumbres del poder, la soberbia del líder y las sutilezas del debate ideológico. La historia entera de América Latina desde los años 50 hasta hoy, la construcción del imaginario colectivo de la izquierda en todas partes y la propia interpretación del paradigma de la guerra fría son inseparables de la peripecia personal de Fidel Castro Ruz, hijo de un hacendado medio, Ángel Castro Argiz, emigrado de Galicia, y de Lina Ruz González, que lo trajo al mundo el 13 de agosto de 1926 en Mayarí, provincia de Oriente. Los Castro llevaron a sus hijos a un colegio regentado por jesuitas, y los afectos al psicoanálisis apresurado confieren desde siempre gran importancia a este hecho, aunque todo indica que cuando, aún muy joven, Castro empezó a destacar en asambleas universitarias y mentideros políticos, tenía bastante olvidadas las enseñanzas ignacianas y, en cambio, había abrazado la causa del nacionalismo y de la militancia antinorteamericana.

Como estudiante de Derecho brilló más en la agitación que en las aulas. Su verbo encendido se reveló por primera vez como un arma poderosa en 1946, cuando intervino en un acto de la Federación de Estudiantes Universitarios de La Habana. Un año después se vio envuelto en un tiroteo nunca aclarado en el que resultó herido el estudiante Lionel Gómez. Lo que allí sucedió no fue del todo desvelado, pero por aquel entonces no era extraño que los ardores universitarios contaran con el ocasional auxilio de las armas. De aquellos tiempos datan sus dos primeras experiencias como hombre de acción a gran escala. La primera fue la fracasada expedición de oponentes al dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, encabezada por Juan Rodríguez García y Juan Bosch, y la segunda, su presencia en Colombia durante el bogotazo, el movimiento insurreccional que costó la vida a Eliecer Gaitán. Como tantas otras veces, la leyenda negra persiguió a Castro, a quien incluso se quiso relacionar con la muerte de Gaitán, aunque su estancia en Bogotá no obedeciese más que a su militancia en la federación de estudiantes. Por estos motivos y por su actividad en un campus en ebullición, el futuro revolucionario viajó a Nueva York, donde pasó cuatro meses de 1949; al año siguiente, ya en casa, obtuvo el título de Derecho.

CERCA DE BATISTA

El dictador que se adueñó de la isla

Aquel Castro de 1950 era un nacionalista con inquietudes reformistas, adscrito al Partido Ortodoxo, que mantenía contactos con comunistas y socialistas y pensaba participar en las elecciones legislativas de 1952. Por aquellas fechas frecuentaba a Rafael Díaz Balart, que un día le presentó a Fulgencio Batista, presidente entre 1940 y 1944 y que quería optar de nuevo a la elección. Las relaciones de Castro con Batista fueron hostiles, como se deduce de esta conversación, en 1951, recogida por varios autores:

-No veo aquí [la casa de Batista] un libro importante.

-¿Cuál?, preguntó el anfitrión.

-Técnica del golpe de Estado, de Curzio Malaparte, respondió el joven abogado.

Cuatro meses antes de las presidenciales de 1952, Batista depuso al presidente Carlos Prío Socarrás, ocupó el poder apoyado por el establishment y desconvocó las legislativas. El oficial sin lustre se convirtió en un dictador extravagante y sanguinario que persiguió con saña a la oposición, pactó con la mafia de Estados Unidos y asentó su poder en una tupida red de corrupción. Cuba se convirtió en el casino y el prostíbulo más grande del Caribe.

EL PRIMER INTENTO

Del asalto al cuartel

Moncada al exilio

El cuartelazo de Batista llevó a Castro a decantarse por la vía insurreccional. El 26 de julio de 1953, un pequeño grupo a sus órdenes asaltó el cuartel Moncada, en la ciudad de Santiago, una operación mal preparada que debía ser el detonante del levantamiento. En realidad costó al joven Castro una pena de 15 años de cárcel, de los que cumplió solo dos gracias a una amnistía. De aquel proceso quedó para la historia la frase que Castro dirigió al tribunal: «La historia me absolverá».

Recuperada la libertad, el grupito del asalto al Moncada inició una vida semiclandestina y organizó el movimiento M26, impregnado de un nacionalismo socializante sin adscripción ideológica concreta. Batista dictó una orden de detención contra Castro y los suyos, y la mayoría se exilió en México en 1955. Allí cristalizó el núcleo revolucionario que entró victorioso en La Habana los primeros días de 1959 y allí se conocieron Fidel Castro y Ernesto Che Guevara, un joven médico argentino a quien la historia vestiría con el paso del tiempo con los ropajes del héroe predestinado. El diplomático argentino Pacho O’Donnell, biógrafo del Che, sostiene: «Es dudoso que uno solo de los amigos de México se atreviera a declararse comunista. Todos compartían de una u otra forma los ideales de la justicia social, y todos ellos fueron educados en la tradición católica». Los preparativos del regreso a Cuba incluyeron un viaje de Castro a EEUU para recaudar fondos y sesiones intensivas de entrenamiento a cargo del coronel exiliado del Ejército republicano español Alberto Bayo, que se llevó a aquella partida de cubanos a las montañas de Chalco para que no cayeran en los mismos errores de principiante que en el Moncada.

LA HORA DE LA VICTORIA

Los barbudos de

Sierra Maestra

El 25 de noviembre de 1956, el yate Granma partió del estuario del río Tuxpán y se adentró en las aguas del golfo de México con 81 tripulantes: los hermanos Castro, el Che, Camilo Cienfuegos y otros futuros comandantes de la insurrección. El estado de la mar y la inexperiencia estuvieron a punto de liquidar el primer episodio de la revolución cubana. Los diarios del Che y de Raúl Castro dan cuenta de la peripecia, del mal estado en el que llegó la tropa castrista a la costa sur de Cuba, de la desorientación cuando comprobaron que habían desembarcado en un lugar diferente al que esperaban. El 5 de diciembre, en un lugar llamado Alegría del Pío, la partida fue descubierta por el Ejército: en el combate murieron tres guerrilleros y otros varios fueron apresados y fusilados. Los supervivientes lograron reagruparse y emboscarse en la selva de Sierra Maestra.

Allí creció la leyenda de los barbudos, alimentada en gran medida por la entrevista con Castro de Herbert Mattews, realizada el 17 de febrero de 1957 y publicada en The New York Times justo en el momento en el que el Gobierno de Batista aseguraba que el comandante en jefe del M26 había muerto.

«Fidel Castro, el líder rebelde de la juventud cubana, está vivo y peleando con éxito en la intrincada Sierra Maestra», empezaba el texto de Mattews, que resumió así el pensamiento de Castro: «Tiene mentalidad más de político que de militar. Sus ideas de libertad, democracia, justicia social, necesidad de restaurar la Constitución, de celebrar elecciones, están bien arraigadas. También cuenta con sus propias teorías económicas, que quizá un entendido consideraría pobres».