Todo indica que hay una relación directa entre crisis económica y economía sumergida: a más crisis, mayor peso de los comportamientos irregulares. Nos movemos en un entorno resbaladizo y no es fácil llevar a cabo estudios que midan estas circunstancias, porque estamos hablando de dinero oculto, que está fuera de todos los controles del agente fiscalizador.

Pero lo que está claro es que la relevancia de esa economía sumergida, tan nuestra, es debido a una cuestión cultural esencialmente; basta comparar el peso que tiene este fenómeno en países como Alemania o los Países Escandinavos y el que se da en Castellón, que no es una isla, sino que sigue punto por punto los cánones que se dan en el resto del país.

Aquí no resulta fácil pensar en pagar los impuestos, hacer la correspondiente factura a todas las transacciones, declarar correctamente a todos los trabajadores. Una cosa es lo que pensamos que hay que hacer y, otra muy distinta, lo que hacemos. Falta conciencia social y el fenómeno de la economía sumergida no es en sí mismo un problema económico, sino un asunto que tiene que ver con la cultura más enraizada.

De este comportamiento tan generalizado no escapa nuestra clase política porque, en muchos aspectos, es el espejo donde muchos se mira, para lo bueno y para lo malo. Porque estos representantes en lloc de donar llum, donem fum y es esencial ese elemento ejemplarizante que conlleva cualquier cargo público, que demasiado a menudo ha venido faltando. La economía sumergida no es un problema de dinero, es más una cuestión que tiene que ver con nuestro modelo de sociedad.

Con la mejoría de la actividad económica que retrata fielmente el aumento del PIB, todo debe apuntar a que tarde o temprano bajará el nivel de nuestra economía sumergida pero, ¿conseguiremos algún día llegar al nivel de otros países europeos? La educación --como factor clave de mejora-- tiene aquí uno de sus grandes retos y, desde luego, también nuestra actual clase política. H

*Economista