Hermanos que os dejáis deslumbrar por las nuevas tecnologías: no confeséis vuestros pecados por internet, sabed que no se os podrá absolver. Así se ha expresado la Penitenciaria Apostólica de la Santa Sede, que por su nombre podría ser una especie de cárcel virtual para clérigos desviados de las normas oficiales de la Iglesia.

Nada de darle al teclado: "Padre, me acuso de haber hecho el salto a mi mujer". Y de que, al otro lado, de la línea, como si estuviera chateando, un sacerdote esté pendiente de tan elocuente prueba de sinceridad: "¿Cuántas veces, hijo?" La confesión por internet no vale, tal como Roma ha hecho saber urbi et orbi.

Se desconoce si el recordatorio es preventivo o si se ha hecho público porque se ha tenido noticia de que curas atraídos por el poder seductor de la moderna tecnología han puesto en marcha el confesionario electrónico. Lo más seguro es que haya sido así. Sería lógico que no hubiera ningún problema para atender a los pecadores. Si se ha dicho que internet, por su amplia oferta pornográfica, es lugar de perdición, lo coherente sería que el mismo sistema sirviera para perdonar los pecados, por lo menos los cometidos en determinadas webs un ratito antes.

Hay el riesgo, además, de que se acuse a la Iglesia de estar de espaldas al progreso y a la modernidad. ¿Cómo puede estarlo, si hace años que en muchos templos se acepta la tarjeta de crédito para óbolos, limosnas y el ejercicio de la caridad? El paso del humilde cepillo a la Visa es uno de los saltos más espectaculares que se han dado en la adecuación de la sociedad a los nuevos tiempos.

La confesión ante el ordenador será inevitable y si no la decide este papa, Juan Pablo II, lo hará el próximo. Es cuestión de tiempo.