El ministro de Cultura británico es un activo defensor de los derechos de las minorías. Ahora ha formulado el deseo de que el próximo James Bond, el agente más famoso del mundo, sea negro. Aprovechando la ocasión, algunos han reclamado que Bond sea gay.

Hasta la fecha, Bond no ha sido ninguna de estas dos cosas. Y la lista de las minorías que no han sido nunca representadas por el famoso personaje es inacabable. No ha sido nunca kurdo, ni indio apache, ni vegetariano, brahmán, asesor fiscal, ecologista, bajito, calvo... ni mujer. ¿Podría decirse que las películas de Bond suponen un desprecio para centenares de minorías? Sí, pero sólo en el caso de que pensemos que "todo el mundo debe serlo todo", simultáneamente o de forma sucesiva, y ya se comprende que esto, además de imposible, es una barbaridad.

¿Los escritores debemos sentirnos discriminados porque este famoso personaje no lo es? ¿Debo sentirme ofendido porque no sea valenciano, ni fume en pipa, ni colabore con el periódico que yo colaboro? Creo demostrado que he defendido siempre los derechos de las minorías, pero confundir los derechos humanos, la igualdad ante la ley, la justicia social y el derecho a la diferencia --materias importantísimas en el mundo real-- con la libertad de ficción me parece que no es serio ni lleva a ninguna parte, si no es al ridículo. Don Quijote no es Doña Quijota, qué le vamos a hacer.

Ahora han pasado los Reyes Magos, uno de los cuales es negro. Magnífico. Ya es algo, aunque sea el carbonero. ¿Pero no podrían ser mujeres, o sea las tres Reinas Magas? ¿Y por qué magos y no informáticos, que hoy tendrían más crédito como programadores de estocs y de distribución de juguetes?

La batalla por un Bond blanco o negro, hombre o mujer, cristiano, musulmán, budista o agnóstico son ganas de entretenerse o de apuntarse a una cruzada autosatisfactoria, que ya no me hace tanta gracia. Porque la pregunta es: blanco o negro, hombre o mujer, el personaje de ficción James Bond, ¿queremos también que sea un modelo universal?