Una noticia sobre el banquero Morgan me ha devuelto a la infancia. En aquel entonces, había dos nombres míticos en el campo de la riqueza: Morgan y Rockefeller. Norteamericanos. Seguro que existían en Oriente reyes y sátrapas riquísimos, pero lo eran por herencia o por expolio de su pueblo. Pero la idea de millonario, de rico muy individualizado, que ha llegado a tener mucho dinero básicamente por su aptitud, era otra cosa.

Hoy no conozco los nombres de banqueros famosos, sustituidos en el escaparate público por el nombre de enormes empresas, compañías, corporaciones o últimamente grupos. Claro que estos grupos tienen al frente un nombre que suena, pero son empresarios o directivos, han hecho dinero fabricando o comprando y vendiendo, pero no creando una banca.

El banquero Pierpont Morgan era, a principios de siglo, uno de los hombres más ricos del mundo. Había multiplicado la actividad de su padre, y después su hijo, que se llamaba igual, obtuvo unos beneficios extraordinarios a consecuencia de la primera guerra mundial. No he visto el nombre Morgan entre los grupos que harán el gran negocio con la reconstrucción de Irak, pero no me extrañaría que tuviera acciones --al menos otros bancos las tienen-- en las empresas favorecidas por la Administración de Bush. Una guerra es, primero, una bomba, y después, un pastel.

Se dice de Pierpont Morgan --no sé cuál de los dos-- que tuvo un gran éxito económico con el terremoto de San Francisco, en 1906. Todos los que habían perdido la casa estaban desolados, y Morgan demostró su iniciativa: instalarse con una mesa y dos sillas en el centro de la ciudad, entre dos montones de escombros. Allí concedía préstamos a los que querían reconstruir sus casas. La fama de Morgan se extendió a todo Estados Unidos.

Era otra época, la de los banqueros más individualizados y más de calle, si puedo llamarles así. Lo que no ha cambiado es que las grandes catástrofes hacen nacer grandes fortunas.