Estados Unidos ha empezado a atacar a fondo la fanática resistencia de las milicias shiís dirigidas por Moktada al Sadr (Bagdad, 1974), el joven clérigo incendiario que ya en abril lanzó a sus huestes del Ejército del Mehdi contra las tropas ocupantes. "Luchar hasta la última gota de sangre" es la frase más utilizada por Sadr, quien, sin duda, esperaba algo para él del nuevo Gobierno provisional iraquí nombrado a raíz del traspaso de soberanía. El 4 de julio, calificó al Ejecutivo del primer ministro Iyad Alaui de "ilegítimo e ilegal" porque seguía "las órdenes de la ocupación".

En los cálculos de Bush, seguro que no figuraba la hipótesis de que alguien como Sadr, shií, nieto, hijo y hermano de víctimas asesinadas por el suní Sadam Husein, se convirtiese en un obstáculo tan grande en la posguerra, imposible de frenar por el líder religioso Alí Sistani, en la actualidad enfermo y lejos de Irak. Sadr, a quien se le atribuye el asesinato del ayatolá shií Al Jui en abril del 2003, ya no es tan sólo el predicador que arenga a los fieles con sus prédicas en la mezquita de Kufa, sino un imprevisible y peligroso caudillo militar.

Con una oratoria tan elemental como eficaz, Sadr suele decir cosas como ésta: "Soy enemigo de EEUU y EEUU es mi enemigo hasta el día del juicio final". Precisamente eso es lo que su gente quiere escucharle decir.