Ha escalado hasta los primeros puestos en las listas de ventas un libro que de novedad literaria nada tiene. Ni la novedad, pues, ni el carácter mediático del autor, ni el escándalo, ni el tirón que supondría estar basada en un hecho real: otros ingredientes son los que han llevado a los ciudadanos --que con este gesto demuestran una vez más cuáles son los resortes que mueven sus elecciones-- a comprar en masa durante estas fiestas una edición del Quijote.

Podría constituir, sin duda, una estupenda noticia, sobre todo si el resto de la lista de libros más vendidos tuviera la misma calidad y por lo tanto respondiera a un incremento espontáneo e indescriptible del nivel cultural y del gusto artístico de nuestro país. Pero, por desgracia, el Quijote es al resto de los libros más vendidos como un electrodoméstico enchufado es a una bañera llena de agua cuando se mete en ella: un rápido cortocircuito.

Seguramente pocos de los que se han decidido a adquirirlo se dedicarán también a leerlo --no perdamos toda la esperanza: alguien podría abrirlo por curiosidad--. Pero es muy bonito: ahora, en los hogares españoles, además de un mínimo de tres televisores, un automóvil, un DVD, un vídeo, tres equipos de música, una play station, un microondas, dos ordenadores, un lavavajillas, una lavadora con secadora, una bomba de aire caliente y un aparato de aire acondicionado, habrá un ejemplar del Quijote sin estrenar.

Si esto no es calidad de vida, que venga Cervantes y lo vea. Feliz Año Nuevo.