Con su particular código de señales, Noruega envía un mensaje a la opinión pública al otorgar el Nobel de la Paz a la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AEIA) y su director, El Baradei. Este fue el hombre que en la ONU no cedió ante las presiones de Bush para justificar la necesidad de invadir Irak. Cuando la AEIA certificó que en Bagdad no había ni rastro de un programa nuclear agresivo, al tiempo que la misión de desarme de la ONU tampoco confirmaba que Sadam tuviese un arsenal secreto, la Administración norteamericana perdió la cobertura de las Naciones Unidas para el ataque que unilateralmente había decidido hacer. El texto de justificación del Nobel es cauto y no explicita estas cosas. Se limita a decir que premia a la AIEA y su director por los esfuerzos para evitar el uso militar de la energía atómica, impedir que armas nucleares caigan en manos de terroristas y, en general, por su lucha contra la proliferación. Pero sin su firme conducta en la crisis de Irak, Oslo no se habría acordado de ella ni de su jefe. Al Baradei, al proponer al mundo un ejemplo de que también en los tiempos convulsos que vivimos hay quien intenta defender la paz, aunque no siempre lo consiga.