Los premios Nobel auténticos tienen 100 años y solo se destinan a unas pocas actividades. Salvo el que reconoce méritos personales --el Nobel de la Paz--, el resto conserva el halo de la exigencia de grandes méritos profesionales de los galardonados, que se reconocen pasado un tiempo suficiente para dar por buena una creación literaria o una aportación decisiva en los avances científicos. Emular esa manera de reconocer los méritos individuales se ha convertido en práctica muy habitual en otras profesiones de prestigio. Por eso, a lo largo del año, nos enteramos de que se dan premios que van acompañados de la leyenda "considerado el premio Nobel de..." Pasa en la música, las matemáticas o la informática. Y también en la arquitectura, una disciplina que reúne como pocas la creatividad y la tecnología. Su Nobel lleva el nombre de Thomas J. Pritzker, y el listado de quienes lo han recibido los últimos años, por sí solo, da buena fe del rigor con que se hace la selección.

Este año el Pritzker ha recaído en un profesional bien conocido en España, el francés Jean Nouvel, autor de la torre Agbar y de la ampliación del Museo Reina Sofía de Madrid. Nouvel también ha firmado edificios emblemáticos en Nueva York y París. Y más allá de la polémica sobre la utilidad o el encaje de sus creaciones en el entorno donde se ubican, hay que reconocerle su carácter rompedor y su sensibilidad para incorporar a sus obras nuevas tecnologías y nuevos materiales. Por eso merece el nobel Pritzker.