Cualquiera que esté atento a los datos y análisis que en los últimos tiempos están proporcionando todo tipo de centros de pensamiento habrá tomado conciencia del creciente protagonismo político y económico chino. Muchos están empezando a hablar ya de que nos encaminamos hacia un mundo post-occidental, liderado por China y la India, con una fuerza creciente de Rusia y otras potencias emergentes. Tal vez vayan demasiado lejos; en todo caso, lo que sí parece indiscutible es que este siglo no será el de la hegemonía excluyente de Occidente.

De ello deberían tomar buena nota los responsables de la política educativa de la Generalitat. Sí, creo que es un buen momento para dar un salto cualitativo definitivo en la educación de nuestros hijos y de nuestras hijas. Miren, aprovechando la puesta en marcha de la asignatura de Education for the Citizenship (conocida como Educación para la ciudadanía en el resto de España), deberían introducir en el currículo escolar la asignatura de itihAsh (Historia, en bengalí) o la de shù xué (Matemáticas, en mandarín). Tampoco estaría de más aprender la Filosofía en las lenguas de Kant o de Marcuse o la Química en la de Mendeléiev.

Tal vez funcione, ¿no creen? El método parece sencillo: en cada aula dos profesores, uno que sepa de la materia y el otro de la lengua. Uno apunta al otro, ya me entienden. Es posible que en las primeras clases el profesor de ruso tenga algún problemilla para explicar las propiedades periódicas de los elementos o para formular reacciones químicas. Pero está todo previsto: para eso está el profesor apuntador. ¿Qué quieren que les diga? Yo me imagino a mi amigo Modest apuntando a su compañero de bengalí la revolución industrial en Europa. Y, desde luego, me imagino a sus alumnos embelesados siguiendo la actuación de ambos. Sin duda es una oportunidad única para que nuestros hijos aprendan idiomas y para que nuestros profesores aprendan de todo.

Claro que puede ocurrir que esto acabe en un fiasco. Puede que los alumnos acaben tomándoselo a chirigota. Puede que no aprendan ni inglés, ni bengalí, ni mandarín, ni ciudadanía, ni matemáticas. Puede que no aprendan nada de nada. Pero, oiga, no me digan que no es una idea ocurrente para promocionarnos en el mundo entero. Lo importante es que hablen de uno, aunque sea para mal.

Hablando en serio, me da la impresión de que aquí alguien se ha pasado de frenada. En su empeño por cuestionar y deslegitimar la asignatura de Educación para la Ciudadanía, alguien ha antepuesto sus intereses partidarios al interés general. No cabe otra explicación al desafuero generado por la Conselleria de Educación.

Porque, francamente, el problema no radica en que la asignatura se dé en inglés (o en francés, o en japonés). La cuestión es que el sistema educativo valenciano no tiene, hoy por hoy, capacidad para que eso se haga así sin menoscabar la calidad de la enseñanza. No es viable. Salvo que se decida condenar Educación para la Ciudadanía a un esperpento.

Ha dicho recientemente el conseller Font de Mora que los innovadores se enfrentan a menudo con la incomprensión de quienes no quieren avanzar. Y no se refería a Galileo Galilei, muerto en la hoguera de la Inquisición por enfrentar la razón a la fe. Se refería a sí mismo y a la oposición que ha generado su Education for the Citizenship. Tal vez debería reflexionar y admitir que quienes se oponen al dislate lo hacen desde la razón y en defensa de una educación integral de calidad para nuestros jóvenes ciudadanos. No se trata de innovación frente a inmovilismo; se trata del uso partidista de la educación frente al sentido común y la convicción de que las políticas educativas y de formación constituyen la principal herramienta para construir nuestro futuro y el de nuestros hijos.

Subdelegado del Gobierno en Castellón