La nueva estrategia en Afganistán anunciada por Obama aspira a hacer frente con garantías a los guerrilleros talibanes y de Al Qaeda y al descenso a los infiernos de los estados fallidos emprendido por Pakistán. En la práctica, es un único problema, porque no es posible pacificar Afganistán, salvar al régimen instaurado por EEUU y silenciar las armas sin que desaparezca el apoyo que la insurgencia fundamentalista recibe de los servicios secretos paquistanís (ISI), minados por el islamismo radical desde el dictador Zia Ul Haq, hace 30 años.

El mecanismo político-militar promovido por Obama, que entraña un enorme esfuerzo económico y humano, afectará a la implicación de los aliados en la pacificación del corazón de Asia y puede agravar las tensiones en el interior de Pakistán. Pero incluso con estos inconvenientes sobre la mesa, se antoja difícil tomar una senda diferente a la dibujada por Obama porque la seguridad internacional depende en gran medida de contener el desafío fundamentalista y asegurar la viabilidad de Pakistán.

El empeño de Obama en subrayar que su programa para Afganistán "no es para siempre" quiere tranquilizar a su opinión pública, harta de expediciones militares infructuosas, y a los europeos renuentes. Pero la imposibilidad de fijar en el calendario una fecha para la retirada, como ha hecho con Irak, alimenta el temor de muchos de que el pedregal afgano se convierta en cualquier momento en un peligroso laberinto sin salida.