La reeleción de Abdelaziz Buteflika para presidir Argelia durante otros cinco años era una noticia esperada desde que logró que se aprobara una reforma constitucional para aspirar a un tercer mandato. Los apoyos del Ejército y del Frente de Liberación Nacional, el expartido único, le garantizaban el éxito en las urnas tanto como el recuerdo de los años de plomo que siguieron a las elecciones municipales de 1992, que nunca se completaron ante la previsible victoria de los islamistas. De hecho, Buteflika ha ganado fama de pacificador apegado al posibilismo con la celebración de dos referendos para incorporar a los fundamentalistas a la política convencional, y proyecta un tercero que incluye una amnistía para cuantos dejen definitivamente las armas y acepten los usos democráticos.

Cosa bien distinta es que el grueso de los jóvenes --más de la cuarta parte de la población es menor de 14 años--, que viven en medios urbanos y se incorporan imparablemente a un mercado de trabajo estancado, aprecien en Buteflika las mismas virtudes que sus progenitores. Para las generaciones jóvenes, la realidad es que la crisis económica y la caída del precio del petróleo han reducido las posibilidades de encontrar un empleo. Por no hablar de la trama de intereses políticos y económicos tejida durante los años de partido único, que condiciona en gran medida el funcionamiento de las instituciones y, como sucede en otros países musulmanes, da alas a la prédica islamista.