La movilización en la red para que el Premio Nobel de la Paz de este año sea para la Fundación Vicente Ferrer responde a la lógica reacción de la sociedad ante la labor desempeñada durante más de medio siglo por una organización no gubernamental de cuya ayuda dependen 2,5 millones de personas en Anantapur, India central. La campaña llega cuando Vicente Ferrer, debilitado por la enfermedad, recorre el último trecho del camino. En un mundo condicionado por el sistema de pesas y medidas de los intereses políticos de los estados y las grandes alianzas, la Fundación Vicente Ferrer es un ejemplo de transversalidad, desinterés y combate diario por el bien común. Por encima de las barreras culturales, los prejuicios, la marginación que sufren los dalits (intocables), tenidos por seres sin casta, Ferrer y sus colaboradores han sembrado la cultura de la igualdad y el respeto a los seres humanos. El hecho de que más de 13.000 personas se hayan sumado en primera instancia a la campaña a través de Facebook no debe, pues, sorprender. De la misma manera que debe tenerse por cierto que la fundación disfruta del raro privilegio de carecer de adversarios y contar con el elogio de cuantos conocen su trabajo.