Todos quieren salir en la foto. Quieren ser los primeros en dar explicaciones, más preocupados por el aplauso que por el saber. Pepinos, soja... Nada, falsas alarmas. Los alemanes afectados por la cepa O104:H4 de Escherichia coli no saben dónde la pillaron. Y los que no se han visto afectados no acaban de saber qué deben hacer.

Todos llevamos millones de E.coli en nuestro intestino. Es una bacteria fundamental en los procesos digestivos. Nacemos incapaces de digerir correctamente. Precisamos la colaboración de las bacterias intestinales, que ingresan en el organismo de los recién nacidos con las primeras ingestas, porque las hay por todas partes, ningún alimento se ve libre de ellas. A los dos días de vida autónoma, el bebé ya está benignamente infectado de esta y otras bacterias imprescindibles. Sin E.coli no procesaríamos la vitamina B ni la K, entre otras cosas. Ninguna otra bacteria ha sido tan estudiada como E.coli desde que Theodor Escherich la descubrió en 1885. Sabemos su vida y milagros, como su capacidad para transmudarse en variedades patógenas. Los bacteriólogos designan con una combinación alfanumérica a cada cepa. En los 80, la cepa O157:H7 ocasionó varios episodios de diarrea mortal en EEUU y desde entonces no ha dejado de hacerlo. Seguramente ya ocurría antes.

Ahora ha aparecido la cepa O104:H4 en Alemania. Quizá ya estaba. En EEUU, cada año hay medio centenar de defunciones por ingestión de hamburguesas con O157:H7. Es el lado oscuro de una bacteria imprescindible. Nunca seremos capaces de zafarnos totalmente de cepas patógenas, sobre todo si favorecemos su expansión alimentando vacas con residuos de procesos agroalimentarios. H