Cuando el monstruo eres tú. Cuando cierras los párpados cada noche y solo ves el horror que has causado. Cuando despiertas cada mañana y sabes que volverías a cometerlo. Van de Bleeken es un asesino y violador reincidente. Preso condenado a cadena perpetua. Y, también, el primer reo que ha conseguido que la justicia belga le autorice a recibir una inyección letal por su sufrimiento psicológico. El caso despierta todo tipo de reacciones. Desde la incomprensión de los padres de la víctima, que no quieren que escape del sufrimiento, hasta la humana empatía de creer que el derecho a morir no debe arrebatarse por ley.

Pero más allá de los pros y los contras racionales, existe el horror emocional de habitar la piel de un monstruo. Saber que no hay curación posible. Que alguien te inoculó el mal de niño y ahí se ha quedado. No importa que después venga el arrepentimiento, tanto da tu sufrimiento, hay algo por encima de tu voluntad que te empuja, una y otra vez, a cometer el mismo crimen. Es fácil comprender el deseo de morir de Van de Bleeken. Desde un punto de vista social, más difícil es aceptar que la rehabilitación no siempre es posible. Que las víctimas que escapan de nuestra mirada pueden ser condenadas a ser víctimas toda la vida. Primero por la crueldad de los demás. Después, por la suya propia. H

*Periodista