Ayer todos los países celebraron el Día Mundial del Turismo. Un eslogan presidió las actividades organizadas en todas las latitudes: “Mil millones de turistas, mil millones de oportunidades”. Un elocuente adaggio con el que la Organización Mundial el Turismo pretendió significar la magnitud de un fenómeno global extraordinario. Cuando se alcanza esta se confirma la sentencia de Gabriel Escarrer, presidente de la Cadena Sol, cuando afirmó que el turismo es una de las expresiones del triunfo de la humanidad en su camino hacia la igualdad de oportunidades.

El turismo es un sector estratégico porque es troncal. Es decir, cuelgan de él demasiadas cosas importantes como para verlo con distancia, como algo marginal o complementario. Tiene que ver con la economía productiva real y la generación de empleo, pero también con un proyecto articulado y creíble de futuro, de esperanza para muchos jóvenes. Tiene que ver con la vertebración del territorio y con la incorporación de amplias franjas del ámbito rural a las dinámicas de progreso que anhelamos. El turismo tiene una fuerte dimensión antropológica porque nos responde a la interpelación de quiénes somos: una sociedad hospitalaria, de anfitriones, abierta, tolerante, mediterránea... Y, sobre todo, tiene que ver con la remontada reputacional que nos merecemos después del tsunami de desprestigio que hemos vivido.

Precisamente porque es demasiado importante necesita planificación, estrategia, gestión del talento, diálogo y liderazgo. Dicen que liderar es lograr que las miradas apunten más alto, que las expectativas de la gente alcancen su potencial, que superemos colectivamente las limitaciones. Liderar es saber a dónde vamos y cómo queremos llegar.

Las sociedades competitivas y los territorios turísticos inteligentes serán aquellos con capacidad para dotarse de un perfil propio. Basado en sus singularidades y en sus componentes de excelencia. Por eso debemos aspirar a un modelo diseñado alrededor del talento, la creatividad, credibilidad y reputación. Nunca un territorio identificado con la decadencia. Castellón está a tiempo de virar hacia esas coordenadas porque somos nuevos en los mercados internacionales. Apenas se nos conoce y eso puede ser una fortaleza si arrancamos con cabeza. En otras ocasiones he planteado las bases de nuestro modelo. La esencia es que todo aquello que aporte valor y sentido a la experiencia turística debe formar parte de nuestra oferta, de nuestra promesa como destino turístico. Castellón es fértil en atributos y en oportunidades. Que la cabeza nos guíe. Corazón nos sobra. H

*Presidente de la Agencia Valenciana de Turismo