Entre la calaña de tiparracos que en el mundo existen, hay uno destacado por su aviesidad: el comisario político. Surgió en la revolución francesa, pero se consolidó como el politrik soviético. Era el responsable de la educación política de su unidad y supervisaba al resto de oficiales para que se mantuvieran, a las buenas o a las malas, leales a las directrices del gobierno comunista. Inspiraba terror porque al que señalaba, con razón o sin ella, por motivos políticos (ya de por sí repugnantes) o por motivos personales, tenía claro cuál era su fin, la desaparición, el gulag o la muerte.

Como tantas otras instituciones nefastas para la humanidad, había desaparecido. Pues no, hoy nos encontramos con comisarillos politiquillos de tres al cuarto, que pretenden que todos piensen igual que ellos, lo que es muy aburrido ya que no piensan, siguen las directrices que les marcan como borreguitos.

Su misión es espiar e intentar pillarnos en falta a cualquiera de sus estúpidas reglas e inmediatamente chivarse para ver si la superioridad, normalmente tan mediocre como él, impone una sanción ejemplar a esos disidentes que no entran al redil. El típico chivato repugnante que en el colegio me enseñaron a despreciar. Además de cobarde, ya que sus actos siempre van acompañados de un ocultismo y de una mezquindad absoluta. Intentando medrar en la estructura, sin la que no pueden vivir, porque su personalidad es inexistente.

Pues sí, aunque no se lo crean existen y en los últimos tiempos se multiplican. Pobrecillos si supieran al asco que dan, lo inútiles que resultan y lo desgraciados que van a ser durante su vida. H

*Notario