La instituciones internacionales creadas hace siete décadas están muy erosionadas en la actualidad, pero ello no las convierte en inútiles o inservibles. Ciertamente, la ONU es quizás la que más padece los achaques del tiempo y de los embates de la geopolítica. Aún así, su papel en la diplomacia internacional es necesario porque, por mucho que les pese a algunos o se nieguen a reconocerlo, vivimos en un mundo multilateral y, al mismo tiempo, interdependiente.

La 73ª Asamblea General de Naciones Unidas ha mostrado ya en el mismo día de su apertura dos posturas inconciliables. Una de ellas hubiera sido impensable en el momento de la fundación del organismo, la de los Estados Unidos de Donald Trump, abocados voluntariamente al aislacionismo y empeñados en la destrucción de todo cuanto ha servido y sirve para resolver o amortiguar conflictos. La otra posición, la del presidente francés, Emmanuel Macron, remite a los principios en los que se basa la organización que no son otros que la defensa del multilateralismo en el marco de los derechos humanos.

El desdén de Trump por la cooperación, sumado a la retirada o la no adhesión de Estados Unidos a instancias internacionales y a diferentes pactos alcanzados por su propio país como es el que se había acordado con Irán, no le hacen ni mejor ni más grande en el panorama internacional. El complicado mundo que nos ha tocado vivir reclama una mayor interrelación entre los distintos países. Por ello lo necesario es reformar las instancias internacionales en base a los principios que están en su génesis en vez de sacar el bulldózer destructivo.