En el discurso de Navidad más esperado, Felipe VI ha sido claro al establecer la Carta Magna como inalterable hoja de ruta que permite conseguir avances desde el «reencuentro y el pacto» y «unidos en un espíritu integrador, en el respeto a la pluralidad y las diferencias». Un texto íntimamente coordinado con La Moncloa, mientras una parte del Gobierno capitaneada por Iglesias sigue echando el resto en sus ínfulas de acabar cuanto antes con el régimen constitucional del 78. A propósito de semejante estrategia, existe un atrevido torrente de opinión, fomentado por el oportunismo y el analfabetismo funcional, que arremete contra la monarquía parlamentaria, incluso cuestionando el carácter democrático de la misma. Gentes de buena voluntad, otras menos bien intencionadas, argumentan que tan legítimo sistema va contra natura por atentar contra los derechos del común del ser humano, defendiendo que es inaceptable el que determinadas personas adquieran privilegios reales en el momento de nacer. Reflexión respetable, incluso racional, que puede llevar al equívoco a sectores ciudadanos en el momento de meditar sobre la legitimidad democrática de un jefe del Estado que lo es por el hecho de ser Rey. Y en esa labor de zapa, de alimentar las pasiones y de intoxicar mediante estrategias mediáticas, están los socios principales del Gobierno, con el camarada Iglesias al frente. Empero, ese remedo de estalinismo moderno llamado Unidas Podemos, va de capa caída, así lo indican las encuestas. Pedro Sánchez dijo la verdad cuando advirtió que no podría dormir tranquilo con Iglesias como compañero de viaje. Dormir no duerme, pero el poder alcanzado, aun a costa de taparse los ojos y la nariz, enjuaga dulcemente el perenne desvelo.

Para aquellos que de forma torticera utilizan el debate Monarquía o República, enfocando el asunto como una disyuntiva sobre qué opción es más democrática y garantiza mejor las libertades públicas, incluso más justa, de nuevo es preciso recordar que el Reino Unido es la cuna de la democracia, cuyo sistema de gobierno siempre ha sido y sigue siendo la Monarquía. Winston Churchill , declarado Personaje del Siglo XX, sirvió a la Corona Británica en calidad de convencido demócrata y su decidido posicionamiento resultó determinante para que el mundo fuese más libre tras la II Guerra Mundial, cuando las democracias encabezadas por el premier inglés lograron vencer a los cánceres políticos representados por Hitler , Mussolini y el emperador japonés Hirohito . Stalin , como advirtiera Churchill, levantó un telón de acero tras el cual sometió a una parte de Europa siguiendo el modelo caudillista de la URSS. Hasta que se produjo el desmembramiento de aquel negro eufemismo de la dictadura del proletariado con el derribo del Muro de Berlín, ya con Mijail Gorbachov en calidad de gran hombre de la Perestroika, que certificó la defunción del comunismo. Ojalá Iglesias y sus cerebros grises leyeran más a Gorbachov.

Los españoles no son tontos y en su ánimo colectivo va calando la peligrosa actitud mendaz, oportunista y de nepotismo con la que actúa Iglesias. Además de los fines del nuevo comunismo para dinamitar el sistema, hay que recordar que el jefe de tribu, en el pacto de gobierno, exigió y consiguió un ministerio para su pareja sentimental. Edificante ejemplo solo imaginable en una república bananera al estilo del amigo Maduro . Pero por mucho que Iglesias y el Politburó que lo sigue ciegamente se esfuercen en el acoso y derribo de la Monarquía, siguen fracasando.

El discurso del Rey estuvo presidido en todo momento por el grave problema que supone la pandemia del covid-19, recordando la crisis social y económica que está ocasionando el maldito virus, que tras brotar en China tiene al mundo en un brete y a España diezmada. Con el sector de la hostelería y el conjunto de la industria turística al borde de la defunción, además de otros polos económicos menos significativos que, no obstante, afectan a decenas de miles de ciudadanos. Felipe VI realizó numerosas menciones de solidaridad con las víctimas de la pandemia, de reconocimiento a los sanitarios, militares, miembros de las fuerzas de seguridad y protección civil. Imprimiendo ánimo a los millones de españoles que engrosan las listas del desempleo y a aquellos que deben recurrir a resortes de ayudas solidarias para subsistir cada día, en lo que ya comienza a denominarse colas del hambre. Realidad que no parece afectar demasiado a quienes aprovechan la coyuntura para arremeter, con escaso éxito, contra el modelo de Estado que representa el Rey en calidad de la más alta jerarquía. El país sufre la mayor sacudida desde la Guerra Civil y un grupito de partidos antisistema aúna fuerzas, aprovechando la palanca de acción que le ofrece el estado de derecho que desea destruir. De eso ya tienen sobrada experiencia en EH Bildu, la excrecencia política de la banda criminal ETA, acostumbrados a aprovecharse de las garantías de derechos humanos que los de la capucha y el tiro en la nuca allanaron durante décadas asesinando y extorsionando. Esos, representados por Otegi, más los independentistas catalanes que rechazan acatar las leyes, hacen piña con Iglesias. Normal que el presidente Sánchez no concilie el sueño.

Felipe VI tiene claro quién es y qué representa, marcando la obligada distancia con su padre, el Rey emérito, cuyos deslices, sospechas e indiscreciones han insuflado oxígeno a los enemigos de la Constitución. Décadas de grandes servicios prestados al país por Juan Carlos I se han ido al garete. Quien hizo posible la ejemplar transición de la dictadura a la democracia es ahora un anciano errante y bajo sospecha. Malos consejeros ha tenido y tiene Don Juan Carlos, ahora estigmatizado pero en tiempos difíciles fue el mejor representante de España en el mundo, paró el golpe del 23-F y consiguió grandes réditos para España. Claro que una sola tacha basta para acabar con la grandeza pretérita. Con tanta responsabilidad como dolor, el hoy jefe del Estado no ha tenido ambages al declarar con serenidad, refiriéndose a su padre: «Los principios morales y éticos nos obligan a todos sin excepciones; y están por encima de cualquier consideración, de la naturaleza que sea, incluso de las personas o familiares». La Corona permanece sólida con Felipe VI. H

*Periodista y escritor