En marzo de 1939 cientos de miles de españoles intentaban llegar a la frontera de Francia pasando por Girona, la histórica ciudad de la que Puigdemont fue alcalde y desde donde huyó en coche oficial para ejercer la dorada panoplia de president en el exilio. Muchos de aquellos aterrorizados fugitivos, entre ellos mujeres, niños y mayores, quedaron en el camino. Otros más murieron por enfermedad y hambre, o se suicidaron en los infiernos de los campos de concentración habilitados en las playas francesas. Los que lograron sobrevivir tuvieron que elegir entre ser deportados, alistarse a la Legión Extranjera o a los batallones de trabajo para la construcción de la red ferroviaria subsahariana. Meses después estalló la II Guerra Mundial, Hitler invadió el país galo y los españoles, sin haber dejado de sufrir ni un solo día, lucharon contra el nazismo desde la Resistencia y con las tropas regulares de De Gaulle .

Pablo Iglesias , desde el exceso sectario, ha reiterado estos días que la cobardía de Puigdemont y la diáspora de los vencidos en la guerra civil tiene un paralelismo político evidente. ¿Cabe mayor aberración e ignominia? Desde Barcelona, donde se celebró el Comité Federal del PSOE, Pedro Sánchez lanzó diversos recados al líder de Unidas Podemos, y quiso dejar claro que hace ochenta y dos años los republicanos «se iban porque defendían la Ley y temían por su vida», significando que la deuda histórica con aquellas víctimas de la lucha fratricida «implica defender la Constitución». Una Carta Magna, la del 78, que Puigdemont y los delincuentes encarcelados por el golpe de 1-O, no respetan y quieren abolir. Me cuenta un colega que sigue de cerca cuanto ocurre en La Moncloa, que la fricción es máxima entre los dos actores principales, Pedro y Pablo. El primero está harto de tanta Dormidina para conciliar el sueño.

Empero, Iglesias parece que va a mantenerse en sus trece, agarrado al alambre del independentismo catalán y vasco. Este último el de HB Bildu, excrecencia de la banda terrorista ETA, a cuyos presos, casi todos criminales con las manos ensangrentadas, pretende ir incorporando Otegi a las filas de las siglas abertzales. Con el aliento del camarada Iglesias, que asegura no estar dispuesto a criminalizar al independentismo. Pelillos a la mar si unos separatistas organizan un golpe mediante urnas ilegales y dicen que lo volverán a repetir. Pelillos a la mar si una legión de asesinos en serie se afilia a un partido político, cuyo actual líder era uno de los jefes de los encapuchados especializados en la bomba lapa y el tiro en la nuca. Por si no queda bastante claro, el mismo día que se cumplía el veintiséis aniversario del asesinato de Gregorio Ordóñez , la periodista Magdalena Iriarte , parlamentaria de HB Bildu y apuesta de Otegi para vender el blanqueamiento de ETA, aseguraba en el diario El Correo la posibilidad de que el terrorismo etarra «pudiera considerarse justo». Para vomitar.

Ojalá, ahora, la preocupación de los españoles estuviera limitada a las referidas canalladas políticas. El covid-19 está llevando al país a un punto de extrema preocupación. Jordi Sevilla , exministro socialista con Zapatero y reconocido economista, acaba de poner el dedo en la llaga advirtiendo que tras la llegada de la tercera ola son insuficientes las medidas tomadas por el Gobierno para hacer frente al problema económico y social producido por los efectos del virus. Sevilla, que fue estrecho asesor de Sánchez, es partidario de actuar con urgencia valorando ayudas directas a las empresas y autónomos, así como la condonación de deudas, ya que vaticina serios problemas de solvencia que abocarían a la quiebra de familias y empresas. H

*Periodista y escritor