El panorama de desigualdad que el covid-19 ha dejado al descubierto, desafortunadamente, no resulta ni nuevo ni desconocido. Sin embargo, probablemente, ha vuelto a poner de manifiesto la necesidad de «construir un mundo más justo y más saludable» tal y como la Organización Mundial de la Salud nos recuerda cada 7 de abril con motivo de la conmemoración del día mundial de la salud.

Esta desigualdad ha sido evidente en aspectos tan diversos como el acceso a las vacunas o a otros medios preventivos, sin olvidar las desiguales oportunidades que muchas personas han tenido para disponer de un tratamiento para otras enfermedades y, más todavía, para acceder a un diagnóstico precoz. En ese sentido, más allá de parámetros como la existencia de patologías previas, cabría no olvidar todos aquellos condicionantes de vida que han incrementado la vulnerabilidad de algunos colectivos y les han expuesto, de manera más notable, a las consecuencias del covid-19.

Esta crisis sociosanitaria nos ha recordado que la salud va más allá de la dimensión física y que es necesario atender a nuestro bienestar psicológico y social, si queremos fortalecer nuestra calidad de vida. Más todavía, nos ha recordado cómo la dimensión física puede sufrir un rápido deterioro, si descuidamos otras áreas. No son pocos los estudios que muestran el impacto de la ansiedad, la depresión o el distrés en los problemas cardiovasculares, en el afrontamiento de enfermedades como el cáncer o en las limitaciones del propio sistema inmunitario para hacer frente a cualquier proceso vírico. Desde hace décadas, además, la literatura científica también nos alerta de las implicaciones que aspectos como el hacinamiento, la contaminación atmosférica, el clima social o la seguridad alimentaria tienen para la salud de las personas, aunque no siempre las incluyamos en su abordaje. Quizá, por eso, tiene sentido que algunas voces expongan que el covid-19 resulte ser una sindemia, recordándonos el papel que las desigualdades sociales, ambientales y económicas podrían jugar en el impacto del SARS-CoV-2.

Parecería pues que el llamado triángulo de la salud, que identificaba en cada uno de sus lados a una de sus dimensiones (física, psicológica y social), sea en realidad una serie de círculos concéntricos dibujados con líneas abiertas; figuras geométricas que posibilitan la interacción de todos aquellos determinantes que repercuten en la salud de manera más o menos distal pero que, al fin y al cabo, acaban modulando nuestra calidad de vida.

Cuidado de la salud

Desde esta perspectiva, sería esperable que los recursos destinados al cuidado de la salud abarcaran cada uno de estos determinantes o, al menos, destinaran esfuerzos a cuidar y promover cada uno de esos lados. Sin embargo, todavía hoy y pese a las innumerables pruebas de la importancia que las variables psicológicas y sociales tienen en el bienestar de las personas, dista mucho de haberse superado el dilema que planteaba Lalonde en el 74. En su informe, Lalonde mostró en qué medida el peso que los estilos de vida y el entorno ambiental tenían en la salud de la población, no se transfería al diseño de las políticas públicas y la configuración de las estrategias de cuidado. Por el contrario, los recursos destinados a la salud psicológica y a los determinantes sociales era (y sigue siendo) más bien escaso.

No es de extrañar que las problemáticas de salud mental y la vulnerabilidad social aumenten, si las demandas y necesidades de la población aumentan y no reciben respuesta o, al menos, la que sería deseable. En consecuencia, parecería que el acceso a la salud, en particular la psicológica y social, fuera un privilegio y no un derecho humano fundamental. También es cierto que, a la vez y gracias al trabajo de muchas personas, contamos con múltiples experiencias que nos demuestran que hay estrategias de intervención eficaces, y seguramente no tan costosas, para hacer frente a muchos retos que esta crisis sociosanitaria ha hecho más visibles. Paralelamente, somos conscientes (hoy más si cabe) de la capacidad del personal sanitario que, pese a las múltiples limitaciones a las que se ha enfrentado, ha seguido caminando y acompañando a quienes estaban a su lado.

Más pronto que tarde, sería importante recordar que la historia la construyen quienes transitan por ella y que, si la desigualdad depende un poco de cada persona, cada una y aunque sea en cierta medida, podría hacer algo para mejorar la situación. Ojalá el 8 de abril, cuando hayamos conmemorado el día mundial de la salud, no pasemos página y con ella el propósito que lo motiva: hacer un mundo más justo y saludable.

UJI Hàbitat Saludable