Estoy acabando de leer la última novela de Javier Cercas, Independencia y además de gozar de buena prosa, también resulta estimulante constatar que todavía quedan escritores de verdad que no emplean el estilo para nadar entre dos aguas o pasar de puntillas. Cercas, que vive en Girona, uno de los bastiones del independentismo catalán, va directo al tema y pone en evidencia la calaña de cierta casta que ha hecho del independentismo, o de la política en sí, una forma vida tan opulenta como corrupta. Mientras tanto, el pasado domingo nos desayunamos con un avance de las memorias de Jordi Pujol, el president por antonomasia durante décadas, hoy devenido en presunto capo de organización criminal, versus familia Pujol Ferrusola. Coincidencias de la vida, el pasado fin de semana un digital de proyección nacional titulaba: La Policía prohíbe a la familia de Carlos Fabra vender los 41 bienes inmuebles que posee en toda España. Establecer cierto paralelismo entre Pujol y Fabra resulta excesivo, empero ambos están empapelados junto a los suyos. Además el uno y el otro a edad tardía han decidido darle al lápiz para contar parte de lo suyo, en versión tan a doc que deja estupefacto al lector mínimamente lúcido. Fabra escribió las notas de su libro en el trullo, después buscó al colega Jesús Montesinos para que le diera forma. Pujol emplea fórmula similar, apoyado en el periodista Vicenç Villatoro, pero los apuntes los hizo en su casa de General Mitre y no desde Can Brians. El antaño paradigmático líder de líderes hasta la fecha ha jugado en otra liga judicial. La advertencia de remover las ramas surtió efecto, hasta que le han dicho que lo van a sentar en el banquillo cual Corleone a la catalana.

Siguiendo con los libros autobiográficos de semejantes perlas cultivadas es menester advertir que los títulos de ambas publicaciones se las traen. El de Pujol Entre el dolor y la esperanza y el del expolítico castellonense Fabra, Y ahora qué. A Pujol la esperanza que le queda es la edad. El interrogante de Fabra lo está despejando el juez Pin, al que ya bauticé como el nuevo Eliot Ness de la justicia, con una pluma en la instrucción tan potente como la Colt 45 del federal norteamericano. Ambos reivindican que no son corruptos. Más bien al contrario, defienden sus abnegados apostolados en bien de la sociedad. Están convencidos de que resultaron providenciales para las instituciones a las que, según ellos sirvieron. Claro que sus ensoñaciones pueden llevarse por delante a las familias. Eso sí son palabras mayores.

Cosas incomprensibles

Decididamente me quedo con la obra Cercas, aclara mucho las ideas cuando estos días nos toca oír y ver cosas incomprensibles, como la decisión de indultar a los golpistas del 1-O, en contra de la opinión unánime del Tribunal Supremo. Hay un diálogo soberbio entre un concejal corrupto del ayuntamiento de Barcelona y un mosso d’escuadra que lo está investigando que no tiene desperdicio. Pone al descubierto el tinglado montado por Jordi Pujol que deriva en el procés, jugada para amarrar más privilegios sin llegar a la independencia. El procés se va de las manos con Artur Mas, y se lamenta el concejal reconociendo que el relevo es peor: «Puigdemont era un creyente, un talibán que se tomaba completamente en serio lo que para nosotros era solo un juego». Y acaba resumiendo la situación: «Total, un desastre». En ese desastre estamos, con los responsables desafiando, desde la cárcel y el palacete belga, al estado de derecho y al núcleo de la Constitución. Lambán, Page, Vara, Guerra, Felipe y otros socialistas cabales deberían rodear la Moncloa y hacer sonar las trompetas como en Jericó, a ver si caen las murallas sanchistas del indulto.

Periodista y escritor