Llevamos dos veranos atípicos, dos veranos en los que es frecuente escuchar quejas y lamentos sobre las limitaciones a las que nos hemos tenido que ir adaptándonos todos. Las dificultades para poder conciliar, para establecer rutinas, para encontrar actividades para nuestros hijos y más aún si hablamos de personitas con autismo.

Me gustaría aportar una experiencia positiva a todo este panorama gris. Porque creo que, igual que somos capaces de protestar ante una injusticia, también es necesario felicitar y poner en valor una buena actuación, un buen programa. Porque así, tal vez, se pueda replicar el modelo.

Lo que quiero contar es una experiencia familiar que pone de manifiesto que, si educamos para aceptar la diversidad como algo normal, no será necesario hablar de inclusión, sino de convivencia. Estoy hablando de l’Escola d’Estiu de la Universitat Jaume I.

Un año más, el centro universitario de Castelló es un claro ejemplo de plena participación. Ya no me atrevo a hablar de inclusión, ya que la palabra inclusión implica que hay alguien que puede no participar. Este concepto no tiene cabida en el modelo que lidera Carlos Hernando. Aquí todos los niños y niñas participan de un programa lúdico.

Días antes de iniciar la escoleta se ponen en contacto conmigo para preguntarme sobre las características de Álvaro, por si hay algo destacable, si necesita algún soporte para alguna de las actividades, etc. En ningún momento se me plantea que haya algo donde él no pueda tener cabida.

Yo les comento que hay una actividad, la de la bicicleta, que no la veo muy viable puesto que mi hijo no sabe ir en bici. La respuesta es: no te preocupes, tú trae la bici y nosotros nos encargamos del resto, es un reto. Cuando las dificultades de tu hijo se trasforman en reto para sus monitores, entonces entiendes que estás en el lugar adecuado. Que no hace falta hablar de inclusión. Que puedes bajar tu nivel de alerta.

Otro día recibo otra llamada, su monitora, me pide información sobre Álvaro para poder presentarlo al resto de sus compañeros. Dedican una sesión específica sobre él, para que todos puedan entenderle y ayudarle.

Dispuestos a echar un cable

Ya no tengo que preocuparme porque no le entiendan o porque se sienta aislado o marginado. El grupo lo conoce, incluso antes de que entre por la puerta, y es genial comprobar que todos están dispuestos a echar un cable.

Como madre estoy agradecida, y tranquila (sí, tranquila, ese adjetivo tan difícil para las madres de niños con necesidades especiales). Y, sobre todo, contenta por las múltiples experiencias que está disfrutando: patines, música, natación, tenis…. Un niño más disfrutando de su verano atípico, un niño haciendo lo que le corresponde a su edad: disfrutar y crecer.

Como trabajadora: orgullosa de mi universidad y de poder compartir escenario con profesionales tan dispuestos y cualificados que han estado batallando durante años para que todo esto sea posible: Carlos Hernando, Amelia Simó, Olga Carbó, etc.

Y cada año añado dos o tres nuevos contactos de monitoras excelentes a mi agenda, este año Julia y Violeta. Gracias.

Ojalá este modelo pudiera exportarse a todos los lugares para que todas las familias pudieran beneficiarse, para que todos los niños pudieran participar. La clave es la educación: formar en valores, formar en diversidad. La formación nos convierte en una sociedad preparada para dar cabida a todas las necesidades, para aceptar, para ayudar.

Por ello aplaudo iniciativas como la que la Fundación Cátedra Enric Soler i Godes, junto con el Ayuntamiento y a través de TEACAST hicieron este año: curso de formación para monitores, o la nueva propuesta para el próximo curso de la Universitat Jaume I de Castelló y TEACAST: el curso de experto universitario en intervención en autismo. La educación nos convierte en una sociedad más justa, más mejor.