Vecinos, no descubrimos la receta de la paella si nos referimos al exceso de ruido en la vida pública y, por ende, en los medios o las redes sociales. Desde las orillas de nuestro Riu Sec hasta las del Volga, pasando por las del Ebro y el Ródano, parece que un fantasma recorre Europa, y se pasea por el otro lado del charco atlántico: el nacionalpopulismo o, si ustedes quieren, la versión de la derecha más extrema entrado ya el siglo XXI. En el XIX, Carlos Enrique Marx y Federico Engels nos hablaron de otro fantasma en su archiconocido Manifiesto: burgueses, proletarios, visión materialista de la historia, lucha de clases y el comunismo, entonces, como guía para el futuro. El manifiesto tenía grandes aciertos en el análisis; fue un error como guía de futuro. Todo el mundo sabe de los millones de seres humanos aniquilados en Siberia, o de algunos títeres de cachiporra latinoamericanos actuales, que encarcelan a los opositores antes de convocar fantasmagóricas elecciones. Aunque, claro está, el discurso histórico sobre opresores y oprimidos no es un cuento. Y verdad es también que miles de honrados comunistas lucharon, sufrieron y perecieron buscando, convencidos, un mundo mejor.

Pero a uno, vecinos, le da la barrunta que es el otro espantajo, el de la extrema derecha, el que merece observación hoy en día, y por tanto valoración. Que la propaganda y las falsedades de los nacionalpopulismos dejan huellas en la sociedad, es algo indudable. Cuajó la táctica ya el siglo pasado en los años 20 y 30: nazis y fascistas europeos seguían con fidelidad la doctrina de Joseph Göbbels: repetir una mentira mil veces hasta que haga mella social. La secuela fue una Europa devastada, el odio irracional y millones de muertos desde los Urales al cabo de Finisterre. Mucho tienen en común el irracionalismo de la extrema derecha y el irracionalismo de Stalin: el rechazo a la diversidad que es tanto como el rechazo a la convivencia pacífica de los seres humanos libres y plurales.

Precisamente por ese rechazo irracional a la diversidad, tuvo uno, vecinos, un pequeño contento cuando le llegó una pequeña, y sin embargo importante noticia, desde la ciudad autónoma, española y africana de Ceuta. La Asamblea de la ciudad aprobó una moción rechazando el odio de nuestra extrema derecha. Ceuta, como ustedes conocen, es una ciudad hispana poblada por miles de cristianos hispanos, musulmanes hispanos y no pocos judíos, también hispanos. La moción de rechazo se aprobó en la Asamblea ceutí gracias a las nueve abstenciones de los ediles del PP. Algo que tiene gran mérito: los populares de Ceuta se decantaron por la tolerancia cero frente a la intolerancia de la extrema derecha. Lo lamentable fue que esa actitud, tan a lo Angela Merkel, no fue secundada por la cúpula madrileña del partido que jugó a la contra o a la ambigüedad. Y junto al Riu Sec, tampoco secundaron los voceros, portavoces del estruendo, en el PP a sus correligionarios de Ceuta.

Aunque en la capital de la Plana, siempre nos queda el refugio de los liberales entre el conservadurismo agrario local. Nos queda, mirando hacia atrás, el escrito del siglo XV del Consell de la vila de Castelló, en el que se defiende la pluralidad y se indica «que moros, jueus e crestians tots fan poble». Anécdota relevante que pueden descubrir ustedes, vecinos, en los boletines de la Societat Castellonenca de Cultura. Y, si dejamos el País Valenciano y nos acercamos a otras tierras hispanas, podríamos refugiarnos en Las siete partidas de Alfonso X. En las partidas del rey Sabio, leímos la ordenanza de que nadie debe molestar a los judíos en sus templos, «porque la Sinagoga es casa donde se loa el nombre de Dios». Claro que eso lo desconocía Göbbels. ¿Lo desconocen también los voceros de la derecha tricéfala del Riu Sec?