Que vuela el tiempo y los sucesos se pierden en el olvido tras una cortina de años, lo sabemos. Aunque no siempre desaparece un pasado que es presente. Para Sergio y Alberto, Pepe y Paco, Manolo y Pascual, Enrique y Hernán, Ximo y David, Vicente y José María, y tantos otros alumnos son recuerdos de lo vivo cercano. También para las Barbolillas, siempre más maduras, modosas y recatadas a esa edad, lo son. Unos y otras son ahora cincuentones como el Instituto de Bachillerato del Carrer de les Boqueres. Gozan de buena memoria y salud, por fortuna. Hace un par de semanas pandémicas, un grupo reducido de entre ellos y quien suscribe, sacrificaron su apetito ante una litúrgica paella, y disfrutaron con la mascarilla preventiva, hasta el anochecer, comentando la intrahistoria del centro donde cursaron bachillerato.

Como nos dejó explicado el temperamental Miguel de Unamuno, la intrahistoria es el fondo permanente de la historia. La historia es cambiante y visible, y la conocemos a través de anales y legajos, o la publican los periódicos. La intrahistoria, menos visible, se relaciona con lo cotidiano y con la vida tradicional de los pueblos. El grupillo de antiguos alumnos mostraron su conformidad con las celebraciones oficiales en torno al cincuentenario del centro docente. Pero tras el relato de un sinfín de anécdotas intrahistóricas, propusieron con firmeza dar a conocer las bellaquerías de los jóvenes y adolescentes de entonces. Las bellaquerías eran un canto a la alegría de los pocos años; un canto a la vida como si de un poema anacreóntico se tratara. El griego Anacreonte, siglos antes de Cristo, le cantaba a la vida, al vino y al amor. Los de Almassora vinieron a decir que ellos necesitaban un canto a sus años mozos, o a las bribonadas de sus años mozos.

Uno, vecinos, antes de exponer algunas de esas bellaquerías, quería traer a colación el romancillo que Góngora escribió cuando todavía no era veinteañero: el Hermana Marica, mañana que es fiesta. Un romancillo, cuyo narrador es un niño que, con aire anacreóntico, nos cuenta los juegos y cuanto hará el día que no va a la escuela. Los hexasílabos del gran poeta cordobés son preciosos. Y finalizan con «Jugaremos cañas/ junto a la plazuela/ porque Barbolilla/ salga acá y nos vea;/ Bárbola, la hija/ de la panadera/ la que suele darme/ tortas con manteca,/ porque algunas veces/ hacemos yo y ella/ las bellaquerías/ detrás de la puerta». El romancillo acaba dejando la narración en suspenso. No sabemos qué tipo de bellaquerías haría el narrador, aun cuando cabe imaginarlas. No hay que imaginar, sin embargo, el contexto social e histórico de los bribones de Almassora. Fue entre la segunda mitad de la década de los setenta y los primeros años ochenta de la pasada centuria, es decir, los años difíciles y esperanzados de la Transición en el País Valenciano y en las demás tierras hispanas.

Y fue poco antes del referendo mediante el cual los españoles aprobaron la actual Constitución, cuando Víctor y Vicente se incordiaban políticamente durante la clase, alterando el normal trabajo en el aula. En el patio, durante el recreo andaban siempre juntos en paz y armonía. En el aula era uno con el eslogan «anarquía y anarquía y lo demás es tontería»; eslogan que vociferaba algún grupúsculo de la sopa de letras o partidos por la izquierda. La respuesta del otro era «España entera, una bandera», que era el grito de combate de la extrema derecha, que dirigía un conocido notario en Madrid. Bellaquerías de adolescentes sagaces y bribones. Al uno y al otro se les vio al cabo de tres o cuatro años en las listas municipales de las candidaturas de UCD, el partido centrista y centrado de Adolfo Suárez. En Boqueres tuvieron un profesorado tolerante, laborioso y joven que sabía reconducir esos anecdóticos comportamientos de aquella época. El alumnado se expresaba con absoluta libertad y jamás ensució las paredes del centro docente con los eslóganes al uso. Tampoco hubo expedientes disciplinarios o expulsiones.

La provocación entre adolescentes

Como es tradicional e intrahistórico, la provocación estaba, entre adolescentes, a la orden del día, como hoy. ¿Acaso, vecinos, no vimos siempre cómo antes de entrar en clase al maestro más recatado o a la maestra más quisquillosa, la clase de tropa les dibujaba unos atributos viriles en el encerado? Si el o la docente se enfadaba, la provocación de la clase de tropa había triunfado. Si por el contrario el o la docente hacían caso omiso, la indiferencia sumía a la clase de tropa en una cierta frustración. Había con todo una tercera salida más inteligente: no se hacía comentario alguno y, cuando se iba a utilizar la pizarra, se contemplaba el arte gráfico y erótico unos instantes y, admirándolo teatralmente, se alababa en voz alta lo bien dotado que debía estar el dibujante. La clase de tropa masculina miraba entonces al techo, y siempre había una Borbollita, como la del romancillo, que salía y borraba la obra de arte, indicándole de paso a la sección masculina del aula lo que eran: borinots. Esto en el carrer de les Boqueres era de recibo como lo suele ser por doquiera que hay sangre nueva.

Claro que siempre hubo alguna provocación juvenil digna de pasar a los anales de la intrahistoria. Y es que llegó una profesora joven, disciplinada, laboriosa y puntual, pero sin sentido del humor. La clase de tropa, a comienzos de los años 80, la bautizó de inmediato con el apodo correspondiente, como tenían apodado a todo el profesorado. Era la profesora, y debe seguir siéndolo, una feminista de convicciones firmes que andaba, naturalmente, por las filas de la izquierda. Al parecer, la clase de tropa la provocaba tarareando, al finalizar la clase, el Cara al Sol o el Montañas Nevadas. Textos líricos de un pasado reciente franquista, entonces, del que conocían alguna estrofa. No hay ni qué decir que, si la profesora hubiese sido de derechas, los pícaros le hubiesen tarareado la Internacional. El caso es que la docente se irritaba y exigía sanciones disciplinarias contundentes para los bellacos. Algo que evidentemente nunca se produjo, porque la inmensa mayoría del profesorado, liberal y con sentido común, lo veía fuera de lugar. La dirección del centro llamó a los interfectos a su despacho, les hizo un llamamiento a la prudencia, concordia y buen hacer en clase, y los mandó a recoger papeles del patio después del recreo. Recogida de papeles que la clase de tropa denominaba safaris de limpieza en el recinto escolar, que era de todos.

Seguiremos en el carrer de les Boqueres en Almassora con la intrahistoria o andanzas de nuestros bellacos, si este peculiar ferragosto canicular nos lo permite.