Jamás pensé, queridos lectores, que un día podría llegar a estar de acuerdo con algo de lo que dijera el papa Francisco. No es que, a lo largo de los años, haya comulgado demasiado con lo que dijeron los papas Benedicto XVI o Juan Pablo II, pero al menos los vi más centrados en su papel. Dicho esto, mi sorpresa ha sido mayúscula al escuchar al bueno de Bergoglio diciendo que las ideologías destruyen, pues pienso exactamente lo mismo. En pleno siglo XXI, ante la imparable homogeneización de la política europea y los enormes avances económicos y sociales logrados, la ideología no ayuda a construir nada. Todo lo contrario.

¿De qué sirve hoy ser comunista, fascista, izquierdista, derechista, capitalista, demócrata, teócrata, tecnócrata o aristocrático? La realidad en nuestro entorno es la que es. Y lo que debemos hacer es esforzarnos, día a día, por construir un mundo mucho más justo, más rico, más culto, más sano, más limpio, más libre, más seguro y más igualitario. Debemos esforzarnos por alcanzar la excelencia política, económica y social. Y si andamos pelándonos entre nosotros por nuestra ideología, estoy convencido de que no lo lograremos.

Creo en la eficiencia de los procesos y en la exigencia continua. Debemos pedir en todo momento que nuestros representantes públicos sean buenos gestores. Personas justas, formadas y trabajadoras, con independencia de si son de aquí o de allá. Lo malo de todo esto es que, hoy por hoy, prima la mediocridad.

Escritor