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Antonio Gascó

COSAS MÍAS

Antonio Gascó

El pájaro del amor

Tengo un compañero de cuyo nombre y apellidos sí quiero acordarme. De hecho, departimos telefónicamente, dado que él vive en Granada, relativamente cerca de la Alhambra. No voy a identificarlo para evitarle que el vulgo agarbanzado, municipal y espeso, no comulgue con algunos de sus comportamientos, que a mí me parecen de lo más divertidos, chistosos y creativos, le tomen por un orate y le envíen a un par de «psiquiatriesbirros», a ponerle la camisa de fuerza.

Pues bien, entre sus muchas originalidades hay una que me subyuga de modo especial y que indica, además, de la susodicha fantasía, la bondad de su corazón y su devoción por la naturaleza. Junto a su casa, una vecina tiene en su terraza una jaulita, habitáculo de un simpático pajarillo, que se llama agapornis. Es un ave africana muy social, de vivos colores, que mide 12 o 14 cm de alzada y con la que se entiende silbando. Me cuenta que se lo «pasa pipa» (algún día contaré el origen de esa expresión) con estos dúos, precisamente por lo participativo y recíproco que es el volátil. Este entona su trino agudo y mantenido y espera la respuesta de su vecino, al que debe tomar por uno de su especie, habida cuenta que le responde con adicta presteza. A mi amigo le genera una especial ternura este pariente de los loros, de frac verde, azulado-marino, al que se conoce como «pájaro del amor». De hecho la etimología de su nombre, procedente del griego, no puede ser más axiomática: la conforman las palabras agape (amor) y ornis (pájaro). Todo un ejemplo de devota monogamia (como también la profesan, entre muy pocos emplumados, los cisnes y las grullas) puesto que es de una fidelidad invariable. Y es que el romanticismo también se da entre las aves.

*Cronista oficial de Castelló

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