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Desireé de Fez

CLÁSICO ADAPTADO

Desireé de Fez

«Esto sí es cine»

Entre los comentarios sobre una película, pocos dan más rabia que este: «Esto sí es cine». Y, sin embargo, ¿qué pasa cuando aparece una película que, por mucho que te empeñes en evitarlo, te lleva directamente a pronunciarlo? ¿Qué pasa cuando una muletilla que había quedado vieja, por los cambios de época, de coyuntura y de manera de hacer y entender el cine, vuelve a tener para ti un poco de sentido? ¿Pueden resignificarse expresiones obsoletas? Hasta hace unos días pensaba que no, y suelo pelear por evitar frases hechas tan odiosas como esa. Sin embargo, fui al cine a ver el West Side Story (2021) de Steven Spielberg y a los 10 minutos la tenía grabada en la cabeza. Esa frase y otra que aún da más rabia: «Hay que verla en el cine».

La primera creo que puedo defenderla, a ver cómo hago con la segunda. En 2022 todo es, y así debe ser, cine. Ha costado, pero afortunadamente hemos fulminado esa idea de que el verdadero cine era, sintetizándolo mucho, el que persigue lo monumental y se expresa con maneras clásicas. El paso definitivo lo dio en 2019 Cahiers du Cinéma al considerar Twin Peaks: The return (2017), la tercera temporada de la serie, como la mejor película de su década. Nada que objetar. A estas alturas hemos relativizado el tema de las pantallas: verás muchos estrenos en el sofá, básicamente porque irán a plataforma sin paso previo por salas, y no pasará nada. Y aun así, asumo que vi West Side Story sintiendo que eso sí era cine, y salí orgullosa de haberla visto en una sala.

Primero pensé que era un ataque de nostalgia. No porque la película de Spielberg reproduzca un cine que ya no se hace: estoy en total desacuerdo con esa opinión. Por muchos intentos de actualización, la historia de West Side Story pertenece a otro tiempo. Pero la manera en que está rodada pertenece a este. Pero igual no era eso, o no del todo. Tenía que ver más con el asombro. Con el asombro ante algo que no es tan común, ante algo que incluso no está en películas que me gustan mucho. Es la certeza de estar ante la propuesta de un director que ha pensado su película en términos visuales y sonoros, que ha decidido contar su historia convirtiendo las imágenes y los sonidos en el centro. No es el musical género para todos los gustos, pero debe ser difícil no emocionarse con la planificación de West Side Story, sus movimientos de cámara, la coreografía, la iluminación, los colores, la manera en que están filmados los actores, la precisión de los sonidos o el discurrir de la música. Y, ante algo así, no pienso sentirme mal por haber pensado que «eso sí era cine».

Claro que Spielberg no es el único que lo hace, y seguro que esa revelación me llega con esta película y no con un drama de cámara por su condición de cine espectáculo. Pero, en un momento señalado por los males de la homogeneidad estética y la obsesión por el relato, es tan exótico como conmovedor enfrentarse a una película que nos recuerda por qué el cine es lo que es. En cuanto a por qué «hay que verla en el cine» el argumento es más débil: a una obra así le queda pequeña otra pantalla.

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