Opinión | BABOR Y ESTRIBOR

La mordaza

El día del patrón de los periodistas es el 24 de enero, en honor a San Francisco de Sales, por decisión de Pío XI en 1923, mediante la encíclica Rerum Omnium. Texto en el que, entre otras muchas cosas, el Pontífice recoge: «Los periodistas deben guardarse de faltar a la verdad, e incluso con el pretexto de evitar la ofensa de los adversarios». Desde siempre la palabra ha sido perseguida con saña. Ahí están, por poner un ejemplo gráfico, las inscripciones en las catacumbas de Roma, rotuladas con la propia sangre de los primeros cristianos: «veritas, odium, parit», las verdades engendran odio. En esas seguimos, si bien la cosa ha mejorado en cuanto al método de represión. A no ser que al periodista le haya tocado en suerte vivir y trabajar en la Rusia de Putin, la Venezuela de Maduro o en cualquier otra dictadura disfrazada de democracia del pueblo, que es el nuevo comunismo de la maqueada Yolanda Díaz.

En España, la época dorada de la libertad de expresión sigue siendo la Transición. Jamás en este país periodistas y medios han logrado, como entonces, avanzar tanto y en tan poco tiempo. La globalización, las nuevas tecnologías manejadas como armas de cambio social para el sometimiento de las voluntades, más el mezquino mapa de poder político que ha pulverizado valores esenciales en beneficio del interés partidista y personal de líderes capaces de vender a su propia madre con tal de seguir en la poltrona de la prebenda, ha llevado a que los profesionales de la información estén siendo estigmatizados, en un peligroso proceso que socava los cimientos del Estado de derecho. «Hoy se escribe con menos libertad que hace 15 años» (Raúl del Pozo). La mordaza reverdece con fuerza.

Periodista y escritor

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