Todo cambia, evoluciona, y no hay más remedio que adaptarse. Uno de estos cambios, desde mi perspectiva triste, es que las megalópolis, en España Madrid, acumula todo: inversiones, empresas, comunicaciones y, consecuentemente, el capital humano. Nuestros jóvenes, la mejor generación de la historia o al menos la más formada, tiene que emigrar a la capital para desarrollarse, estudiar másters, encontrar trabajo o recibir mejores sueldos; eso produce el peor empobrecimiento que pueda darse, que es el del talento.
La Comunidad Valenciana se queda sin capital humano cualificado. Cada año más de 9.000 graduados universitarios, la mitad del total, seguramente los más inquietos y ambiciosos; parten de nuestras tierras buscando mejores horizontes. Eso, que tiene un lado bueno en cuanto al conocimiento de nuevas gentes y lugares y el espabilarse fuera de tu entorno, tiene otro malo. Es que a largo plazo la gente se desarraiga, olvidan su origen, se desvinculan de la familia y de los amigos y, desde luego, a los que aquí nos quedamos nos causa una gran y enorme tristeza.
La Comunidad Valenciana, receptora de inmigración en otros tiempos, hoy se limita a la mano de obra sin cualificar y al sector servicios; industrias, tecnología, altos profesionales, todos a la capital. No hemos sabido crear un tejido laboral y académico que evitara esta situación. Las políticas demagógicas actuales, lejos de preocuparse de planificar a largo plazo y mejorar el futuro, solo ven la posibilidad de colocar amiguetes. Parece que el que vale se tiene que ir. Qué empobrecedor y qué triste.
*Notario y doctor en Derecho
