La lluvia fina supone un problema muy serio. Más serio de lo que parece, porque sin grandes aspavientos te va calando hasta los huesos. Y cuando ya tienes el pelo chorreando, te han llegado gotas donde la espalda pierde su casto nombre e incluso los pies pueden haberse mojado, y ahí somos candidatos a la pulmonía. Algo parecido ocurre con las ideas tóxicas, que contaminan la convivencia sin que nos demos cuenta. Son como el veneno. Un día en una tertulia alguien suelta que hablar de violencia machista estigmatiza a los hombres; ridículo. Otro día, en cualquier red social, se difunde que hay un montón de denuncias falsas de agresiones a mujeres; mentira. Trompetería máxima cuando se invierten las tornas y, de forma excepcional, es una mujer la que un día se carga a su pareja masculina; ¿no os lo decíamos? Y luego está la justicia, se plantea otro: ¿de verdad tiene que haber una ley específica que aborde la violencia de los hombres contra las mujeres? ¿No sería mejor otra ley que incluyera todas las violencias que se producen en el seno de la familia? Vale.
Todo esto son gotas, pero al contrario de lo que ocurría en la película Blade Runner no desaparecen «como lágrimas en la lluvia», sino que van calando. Y calando. Estamos en peligro. Porque construir cuesta un mundo; pero para destruir solo hace falta un poco de barbarie. Ahí está el presidente ruso, Vladimir Putin, para confirmarlo.
Cuando hace casi 20 años se aprobó en España la primera ley integral contra la violencia de género, toda esta basura negacionista del machismo violento ya circulaba, pero nos parecía una simple llovizna. Hoy, por desgracia, se ha convertido en una borrasca en toda regla, que avanza impulsada por la ignominiosa rendición del Partido Popular ante las incendiarias y tramposas proclamas de la ultraderecha de Vox. Votos por derechos. El afán de poder no tiene límites. Ni vergüenza.
Periodista
